El domingo 27 de julio fueron ordenados cinco hombres, luego de un extenso proceso de formación académica y pastoral: Eloy Frías, Rubén Gracia, Braulio Martínez, José Arrocha y Germán Mejía son ahora servidores.
Por Eduardo Soto
Ese día los vimos y algo diferente se notó. Eran los mismos de toda la vida, sí, pero un no sé qué había aparecido en sus rostros y en sus portes. Tenían una mirada seria, pero con una chispa de… ¿nervios? ¿Alegría inmensa? ¡Sí! Ese fue el día de su ordenación como diáconos.
Fue un momento grande, no solo para ellos, sino para toda la comunidad eclesial y sus familias. Pero, ¿qué significa esto realmente? ¿Son ahora “mini-curas”? ¿Ángeles con alitas? El propósito de este escrito es desempolvar el catecismo con sonrisa y corazón abierto, para no caer en los lugares comunes.
¡No te creas la gran cosa!
El diácono es el servidor. En latín, “servidor” proviene de “servitor”, que significa “el que sirve como criado”. Este término se deriva de “servire”, que significa “dar servicio”, más el sufijo “dor”, que indica la acción.

Entonces, tal cual: es el que está ahí para ayudar, para asistir, para poner la mesa, limpiar los platos y, sobre todo, para servir a la comunidad con todo el amor.
Pero también está el origen griego, es decir, “diakonos” (διακονος) también significa “servidor” o “el que sirve”. Esta raíz griega es la que dio origen a la palabra “diácono” en el contexto religioso, refiriéndose a alguien que cumple un servicio o función, pero desde una responsabilidad sacramental.
Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, arzobipo metropolitano, lo explicó durante la ordenación de estos cinco valientes: “Serán ordenados para servir, su identidad no se entiende sin esta clave: ser signo vivo del Cristo que lava los pies, que se inclina, que toma la toalla y sirve con amor (cf. Jn 13,1-15)”.
La formación incluye diversas materias filosóficas, bíblicas, teológicas y generales, en la Universidad Santa María la Antigua.
Y añadió: “Reciben el primer grado del sacramento del orden, no como un peldaño para escalar posiciones, sino como una vocación estable para configurarse con Cristo (…) Hoy la Iglesia no les entrega un título ni una dignidad honorífica. Les confía una misión concreta, profundamente evangélica”.
Al lado del que sufre…
Monseñor Ulloa fue enfático: el lugar del diácono no es, exclusivamente, el altar ni los sitios distinguidos. “La dalmática es el delantal, y la estola cruzada es la toalla del lavatorio de los pies. Su lugar está, sí, junto al altar proclamando el Evangelio, pero, sobre todo, está en los hospitales, en las cárceles, en las casas de los pobres, en las reuniones donde se defiende la dignidad humana. Son ‘los pies de la Iglesia’ en marcha permanente”, señaló el arzobispo.
La labor del diácono es poliédrica. En la liturgia, proclaman el Evangelio, predican, asisten al sacerdote, bautizan, celebran matrimonios y velorios. Pero su campo de acción esencial está fuera.

Testimonio…
Ver a estos hombres –casados, viudos, con trabajos seculares, abuelos, profesionales– asumir este compromiso profundo es, quizás, el testimonio más elocuente. Son un espejo en el que muchos pueden mirarse.
El arzobispo les subrayó este aspecto: “El diácono proclama el Evangelio en la misa, pero su mayor homilía es su vida. En una sociedad herida por la indiferencia y la desconfianza, ustedes están llamados a ser palabras vivas de esperanza, y eso evangeliza más que muchos discursos”.
Lo diferente que hay ahora…
A veces nos acomodamos en el banquillo, ¿no? Vamos a misa el domingo (¡bien hecho!), rezamos alguna oración (¡genial!), pero nos cuesta dar el siguiente paso. Ver a los diáconos, con sus vidas a tope, sirviendo con alegría (y a veces con cansancio, como todos), nos sacude un poco. Ellos atienden comunidades parroquiales, trabajan en oficina o en albañilería y, además, son responsables de hogares con hijos y esposa. ¿Y yo? ¿Dónde está mi delantal del amor?
Ahora inicia este camino, pero ellos tienen algo a su favor, ese Espíritu que han recibido, esa gracia, que les ha de ayudar a cargar el peso del servicio al necesitado.

En Cifras
51 DIÁCONOS se mantienen activos. Hay que sumar a los cinco recientemente ordenados.
JUBILADOS: Veintidós diáconos han pasado a retiro desde el año 1977, cuando se ordenaron los siete primeros.
FALLECIDOS: Según cifras recientes, treinta y seis ministros pasaron al encuentro con el Señor.
MADUROS: La mayoría de los diáconos en activo, tienen entre 61 y 75 años. Trece de ellos superan los 70 años, quince están entre 61 y 70, y ocho entre 61 y 65 años.
LA NORMA: Para ser diácono permanente, el aspirante debe tener cómo mínimo 35 años, si está casado, y al menos con cinco años de matrimonio eclesial.
RAZONES PARA EL RETIRO: Según las disposiciones, el diácono, al cumplir 75 años, debe presentar su carta de renuncia. En algunos casos, sobre todo por razones de salud, se retiran antes.
CANTERA: La mayoría de los diáconos en activo actualmente en la Arquidiócesis, son residentes de la Vicaría de Cristo Redentor, en San Miguelito. De ahí también fueron los primeros siete diáconos ordenados en 1977.
PROFESIONES: Una gran mayoría de los diáconos activos son educadores, pero también hay comunicadores, abogados, albañiles, farmacéuticos, administradores y médicos.
LA ESPOSA: Un aspirante a diácono permanente no puede recibir el sacramento del orden si la esposa no ha señalado, por escrito, que consiente que su esposo sea ordenado.
