Tener los brazos abiertos para todos, sin distinción

Tener los brazos abiertos para todos, sin distinción

Algunos de nuestros hermanos y hermanas parecen haberse bloqueado en medio de la crisis que vivimos. La miran como un fin, y no como un tiempo de gracia.

Otros, por regalo de Dios, se mantienen abiertos a los signos que el Señor nos está enviando cada día, y están en actitud de constante abrazo, constante sonrisa llena de luz.

Lo valioso de esta última portura es que estos hermanos y hermanas, quienes a pesar de los grises nubarrones continúan dando su mano a quien lo necesita, lo hacen sin mirar el origen, el destino, de quienes suplican ayuda.

Imitar ese ejemplo es el llamado a la acción de esta semana. No censura, nada de “aduanas” nos diría el Papa Francisco. Todo lo contrario, apertura, caridad y esperanza, sin importar que el sujeto de nuestro amor no sea cristiano, o ni siquiera sea conciudadano o creyente.

También nos ocurre dentro de casa, en el seno del hogar, donde a veces discriminamos al pariente diferente, al rebelde, al que no piensa como los demás. Algunos hemos llegado al extremo de cerrarle las puertas del corazón al que consume drogas, es homosexual o abiertamente ateo.

La Palabra nos invita esta semana a que miremos el ejemplo de los grandes santos, quienes no vieron quién era la persona a que le dirigían su capadidad de amor, sino su necesidad de ser abrazado y atendido.

Si actuamos así, llenos de compasión sin miramientos, estaremos imitando al Maestro, quien no se cerró al necesitado, sin importarle su raza, su nacionalidad o su filiación. Lo imporante es el amor y la fe.

¡Ánimo!