La Arquidiócesis de Panamá, sede de la Jornada Mundial de la Juventud 2019, es la primera Diócesis de Tierra firme en el Continente americano, erigida en 1513 por León X con el título de Santa María La Antigua del Darién. La sede episcopal fue trasladada a la Ciudad de Panamá en 1524.
Es una Iglesia que ha acompañado el nacimiento y el devenir del pueblo panameño, caminando con él a través de la historia. Y caminando en la esperanza, que es una nota central de nuestra espiritualidad.
Somos una Iglesia que camina en la esperanza, intentando renovarse para ser la Iglesia que soñamos, fiel al plan de Dios y aten-ta a las necesidades del pueblo panameño. El Plan pastoral, elaborado el 2015, describe así nuestro modelo de Iglesia:
El pueblo de Dios que peregrina en
Panamá es casa y escuela de comunión en
el Señor abierta a todos,
con una atención preferencial
por los pobres;
Iglesia discípula y misionera,
con un servicio compartido desde los
ministerios, dones y carismas,
a través de una pastoral orgánica y de
conjunto;
que camina en la esperanza y construye el Reino de Dios en justicia, fraternidad y solidaridad, bajo la protección de Santa María de la Antigua.
Somos el pueblo de Dios que peregrina en la Arquidiócesis de Panamá, Iglesia local, comunidad de hombres y mujeres que, siguiendo a Jesús y con la fuerza del Espíritu, peregrinamos, recorremos juntos el camino de la vida cristiana.
Queremos ser casa y escuela de comunión en el Señor abierta a todos. Casa don-de vive la familia de los hijos de Dios, templo construido con piedras vivas donde habita el Señor. Escuela donde se aprende a compartir la fe y la vida, como aquellos primeros cristianos de Jerusalén. Nuestra espiritualidad quiere ser una espiritualidad de comunión, que implica unidad y diversidad (personas distintas unidas en un mismo amor, imagen de la Trinidad), participación en la vida y la misión de la Iglesia (como los miembros de un mismo cuerpo), compartir fraternalmente los bienes espirituales y materiales…Y es comunión abierta a todos, pues no tiene el Espíritu de Cristo quien excluye a alguien de su amor.
La opción y atención preferencial por los pobres nos exige a todos conversión a la pobreza evangélica y a la causa de los pobres, acciones concretas y eficaces para compartir lo que somos y tenemos y para defender la justicia, compromiso para que las estructuras sociales y políticas no opriman a los más pobres y estén realmente al servicio del bien común. La pastoral social es parte integrante de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Solamente una Iglesia evangelizada puede evangelizar. En el Documento de Aparecida encontramos la mejor descripción del ideal de una Iglesia discípula y misionera, y sus dimensiones fundamentales: encuentro con el Señor, comunión con los hermanos, formación para la misión, conversión pastoral para responder a la nueva realidad de América Latina y que todos nuestros pueblos tengan vida de acuerdo al plan amoroso de Dios.
Como Jesús, la Iglesia no pretende ser servida, sino servir: servir al Reino de Dios, lavar los pies de sus hermanos, mirar al mundo con ojos de buen samaritano. Un servicio compartido, corresponsable, al que estamos llamados todos según los diversos ministerios (servicios o funciones en la comunidad), dones (personales y vocaciones específicas) y carismas (formas de entender y vivir el único Evangelio).
Por exigencia de la comunión y como requisito para su eficacia, la acción pastoral de la Iglesia no puede estar marcada por la desorganización o el individualismo. Queremos evangelizar desde un plan de pastoral orgánica (organizada, programada y realizada corresponsablemente con la participación de todos, con procesos serios y evaluables) y de conjunto (con visión global, criterios y objetivos comunes, acciones coordinadas).
Somos un pueblo peregrino, que camina en la esperanza. Una Iglesia por eso im-perfecta, a la vez santa y pecadora, que tiene que convertirse, avanzar, progresar. Caminamos y peregrinamos en la esperanza cristiana, que confía y se apoya en el Señor, pero también lucha, trabaja, se esfuerza para conseguir la santidad de la Iglesia y construir un mundo mejor, porque la meta de ese camino/peregrinación es el reino de Dios. Que Dios reine, que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, que los valores del Reino (verdad, vida, santidad, gracia, libertad, justicia, paz, amor…) se hagan realidad progresivamente por nuestro compromiso con la justicia, fraternidad y solidaridad.
Invocando la protección de Santa María de la Antigua como canta nuestro pueblo: “ven con nosotros al caminar…”