Una santidad actual

Una santidad actual

El Papa Francisco habla de “los santos de la casa de al lado”, de las personas que están cerca, entre nosotros, y que de hecho viven la vocación a la santidad cristiana. Seguro que todos conocemos a algunas personas así, cuya vida quizás pasa desapercibida para muchos, pero no para quienes los conocen, ni para el Señor.

Un ejemplo de estas personas es el Obispo claretiano Pedro Casaldáliga, ya en la casa del Padre, enfermo de Parkinson desde hace años y fallecido por coronavirus o complicaciones respiratorias el pasado 8 de agosto. Nació en la provincia de Barcelona (España) en 1928, ingresó en los Misioneros del Corazón de María (Claretianos) y se ordenó sacerdote en 1952. Trabajó pastoralmente con jóvenes, obreros, estudiantes, Cursillos de cristiandad, estuvo dos años en la Guinea española, y dirigió después la revista Iris de Paz. Ya finalizado el Concilio Vaticano II, fue destinado en 1967 al Matto Grosso (Brasil), y nombrado primer obispo de la Prefectura Apostólica de San Félix de Araguaia, en la Amazonia brasileña, el año 1971. Es un territorio de 150.000 kilómetros cuadrados de selva, ríos, florestas, habitado por campesinos pobres, indígenas, peones de grandes terratenientes. Renunció por edad y enfermedad el año 2005, pero quiso permanecer siempre allí.  

Obispo, místico, profeta y mártir son cuatro palabras que definen a Pedro Casaldáliga. Pastor entregado a la evangelización y al servicio de su pueblo. Místico, de intensa oración y sólida espiritualidad, bellamente encarnada en su bellísima e importante obra poética. Profeta de la defensa de los más pobres y la denuncia de la injusticia social y la opresión de los poderosos, que le calumniaron y amenazaron, intentando en repetidas ocasiones expulsarlo del país y asesinando a varios de sus colaboradores y sacerdotes. Mártir, es decir testigo audaz del Evangelio con su vida, su palabra y sus gestos.

Nominado varias veces al Nobel de la Paz y otras distinciones internacionales, nunca cerró con llave la puerta de su casa, a pesar del peligro que corría. “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”, tuvo que decir Pablo VI para evitar que el gobierno lo expulsara del país, motivo por el que no quiso salir del Brasil ni siquiera para el entierro de su madre. “Esta es mi tierra en la Tierra, este es mi pueblo. Por ella, con él, caminaré hacia la Patria”, decía Dom Pedro, que había llegado a Brasil en plena dictadura militar y había encontrado “una Iglesia de catacumbas con sus espléndidas minorías proféticas y la sangre corriendo”.   “Olvídense de mí y ocúpense de las causas que dan sentido a mi vida, ellas permanecen”, afirmaba. “Al final del camino me dirán: ¿Has vivido, has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”.

Un dato poco conocido es que, durante sus largos últimos años de enfermedad, los religiosos agustinos le acompañaron y cuidaron en San Félix. A través de ellos recibí puntualmente cada Navidad una felicitación y unos versos del ya obispo emérito. Y a través de ellos oí relatar de primera mano esta anécdota que no me resisto a referir: Ante los rumores de supuesto socialismo filo-comunista de Casaldáliga que llegaban a Roma, fue citado por la Congregación de la Fe en 1988. No fue condenado, pero tuvo que explicar su postura evangélica. Se sintió incluso humillado por los oficiales del antiguo “Santo Oficio”, pero contó que el entonces Cardenal Ratzinger le trató con respeto y afecto. Le preguntó que explicase en qué sentido había afirmado que “la Iglesia necesita hacer una revolución”. Terminada la entrevista, Casaldáliga le pidió que rezasen juntos el Padrenuestro, a lo que Ratzinger accedió con una sonrisa y estas palabras: “Sí, recemos para que haya una revolución en la Iglesia”.

Don Pedro fue crítico, pero sin amargura y con esperanza, también con la Iglesia. Él mismo lo reconoce poéticamente: “Me llaman /me llamarán subversivo/ Por mi pueblo en lucha vivo / Con mi pueblo en marcha voy/ Tengo fe de guerrillero / y amor de revolución/. Y entre Evangelio y canción / sufro y digo lo que quiero/”. Crítico y coherente hasta en su manera de vestir; “Yo pecador y obispo me confieso/ de soñar con la Iglesia/ vestida solamente de evangelio y sandalias”, como él propuso el día de su ordenación episcopal: “Tu mitra será un sombrero de paja / Tu báculo será la verdad del Evangelio/ Tu anillo será la Nueva Alianza del Dios Liberador / y la fidelidad al pueblo de esta tierra./ Tu escudo la fuerza de la Esperanza y la libertad de los hijos de Dios/ Tus guantes el servicio del amor”.

“Pedro, misionero claretiano y obispo en la Amazonía brasileña, ha sido y será siempre un referente seguro para quienes quieran seguir incondicionalmente a Jesús”, (Josep M. Abella, obispo claretiano de Fukuoka). Amen.