“Unidos por una Patria de todos y para todos”

“Unidos por una Patria de todos y para todos”

La parroquia de San Francisco de Asís fue el sitio donde se efectuó el pasado 3 de noviembre, el Te Deum, en cuya Homilía celebrada por el arzobispo metropolitano, Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta se abordaron diversos temas de nuestro acontecer histórico y nacional, las cuales por su trascendencia Panorama Católico reproduce.

Hermanas y Hermanos todos:

De acuerdo a una larga, noble y hermosa tradición, las puertas de nuestra Iglesia se abren hoy día para acoger como siempre a los hijos e hijas de esta tierra panameña, quienes encabezados por nuestras autoridades aquí presentes quieren orar y entonar un canto de Acción de Gracias al Padre Dios por Jesucristo en el Espíritu Santo, conmemorando  los 115 años de vida independiente y soberana.

Panamá comienza sus festejos patrios con una plegaria. Plegaria de alabanza y gratitud.

El primer Te Deum se cantó en este Istmo en el poblado de Santa María la Antigua, un 9 de septiembre de 1513, en lo que era la choza del Cacique Cémaco, que fue la primera sede de esta diócesis, con su primer obispo Fray Juan de Quevedo. Desde entonces este himno se ha cantado en acontecimientos trascendentales de nuestra historia patria, como el 3 de noviembre de 1903, cuando nuestros próceres pidieron cantarlo en el momento de nuestra separación de Colombia.

Es indudable que la dimensión espiritual y cristiana ha estado desde los inicios en el ADN de los panameños y panameñas. Dios, como Padre, nos ha guiado y cuidado desde el nacimiento de nuestra Patria, y nos ha puesto en manos de la Virgen María, por cuya intercesión nos encaminamos al encuentro con su Hijo Jesucristo.

Hoy en este día glorioso cantamos el Te Deum como muestra de gratitud de un pueblo que agradece las luces y las sombras vividas, porque han configurado nuestra identidad, independencia y soberanía como nación.

Al celebrar sus 115 años de vida republicana, podemos dar gracias a Dios por grandes acontecimientos que nos han impactado positivamente como Estado: la presencia de Panamá por  primera vez en un Mundial de Fútbol que permitió que nos vistiéramos con una sola camiseta como marea roja.

Hoy también nos sentimos honrados por tener en nuestra Arquidiócesis de Panamá las reliquias de San Juan Pablo II,  y su visita debe ser para nosotros los creyentes una oportunidad de acercarnos más a Dios y de reflexionar sobre nuestra vida cristiana.

Él nos enseñó que en un mundo que estaba con tantos cambios hacia el materialismo, hacia el culto por el placer y los bienes materia-les, en un mundo que parecía que se apartaba de Dios, no debemos “tener miedo y remar mar adentro”. Pero su más grande legado fue el creer que la trasformación del mundo y la iglesia viene de las manos y la voluntad de los jóvenes. Y para ello creo la Jornada Mundial de la Juventud.

Por eso frente a su reliquia nos llenamos también de regocijo al haber sido elegidos por el Papa Francisco como sede de la Jornada Mundial de la Juventud, lo que nos demuestra que el Santo Padre cree en la capacidad de los más pequeños para grandes proyectos.

s oportuno también dar gracias a Dios por la gran cantidad de personas, familias y empresas que han acogido este proyecto país, y lo han entendido como la oportunidad, no solo de convertir a Panamá en la capital juvenil del mundo entero en enero del 2019, sino para madurar como Nación y convertirnos en referencia regional para el futuro, en materia de voluntariado y atención humana.

Este hecho nos llena de esperanza, porque a pesar de voces fatalistas, hay muchas personas dispuestas a servir más allá de la lógica humana en un proyecto que beneficiará a los jóvenes y a las naciones hermanas.

Nuestra esperanza son los jóvenes

Recientemente se concluyó el Sínodo de los obispos sobre la Juventud. Fue un acontecimiento histórico, porque la dinámica renovadora permitió una notoria participación de la juventud que alzó su voz respetuosa y los obispos, los cardenales y el Papa, la escucharon con atención.

Todo este proceso sinodal cobra vigencia no solo para la Iglesia Católica, sino para todo aquel dispuesto a defender la verdad, la vida, la persona humana y el bien común, dándole preponderancia a la figura del joven.

Los jóvenes, nuestros jóvenes, están inmersos en toda la problemática humana: migraciones, desempleo, violencia, populismo, corrupción, familia, la afectividad y sexualidad, tráfico, drogadicción, etc.

Ellos están en el centro de la incertidumbre y, en consecuencia, deben estar en el corazón de la solución. Así lo ha manifestado el Santo Padre y así lo creemos nosotros, y estamos dispuestos a arriesgarnos por la juventud.

Construir una Patria nueva

Es en este contexto que deseo reflexionar sobre la construcción de una nueva patria, en la que se retomen los valores de la honestidad, la transparencia, la solidaridad y fraternidad, buscando todos juntos la paz y la democracia participativa.

El compromiso para renovar los cimientos de nuestra Patria herida por la corrupción y la violencia; y combatir la pobreza en todos los ámbitos -material y espiritual- viene de la juventud con coraje, formación y valentía, para sacrificar tiempo y desvelos a favor de un mejor Panamá.

Pero también la construcción de una Patria fraterna reclama el compromiso de quienes tienen la responsabilidad de liderazgo en las Iglesias, en lo político, lo económico, sindical  y lo social.

Esta Patria nueva no está exclusivamente en las manos de los políticos. Está en manos de cada uno de los ciudadanos que tienen el deber y el derecho a elegir a las próximas autoridades, y fiscalizarlas según la capacidad de cada cual.

Ya ha pasado la época de los caudillos, de los ungidos, de los llaneros solitarios, que prometen cambiar todo y al final no se cambia nada. Los nuevos tiempos exigen  y demandan de un equipo de personas con visión de Esta-do, guiados por un Estadista, que extienda y comprenda que al ser elegido no se le da un cheque en blanco para hacer lo que le dé la gana, sino para establecer las bases de una institucionalidad que garantice la democracia, la participación de aquellos que aspiran a ser elegidos, pero tienen las ma-nos atadas por la falta de recursos económicos.

En esa visión de Estado, la juventud demanda de quienes as-piran a dirigir el país que no trate de manipularlos, sino más bien los aliente a ser mejores personas.

Que renazca el compromiso social y político

Por ello, estamos convencidos que el cambio real y profundo lo es posible si en todos los ambientes y sectores renacen nuevas vocaciones basadas en el compromiso social y político. Es imprescindible que el ciudadano sepa elegir, que no sea parte del clientelismo electorero, de la corrupción. La dignidad no tiene precio; tenemos que recuperar nuestro compromiso social, buscar el bien de todos  y no el individual. Como nación, debemos frenar esa vorágine autodestructiva en la que estamos inmersos, y en la que participamos todos -y a veces todos alimentamos- y que nos está llevando a un callejón sin salida o, lo que es peor, a una salida donde la dignidad humana y la fraternidad desaparecen y se gesta lo infrahumano.

En definitiva construir una Patria fraterna supone en todos la disposición a avanzar decidida-mente por el camino del diálogo,

el respeto irrestricto a la Ley y a las instituciones, el compromiso perseverante por el bien común, garantizando a todos una educación a la altura de los tiempos y un trabajo digno y estable.

Es trabajar para lograr la justicia social: lo que significa que haya oportunidades para todos, en igualdad y equidad,  cuando hay para todos. Es esa satisfacción de ver que alcanza para todos. Ahí es cuando se agranda el corazón de cada uno y se funde con el de los otros y nos hace sentir la Patria. La Patria florece cuando vemos “en el trono a la noble igualdad”.

Esa igualdad llegará cuando tengamos un desarrollo humano integral que incluye el plano moral, donde la persona esté en el centro de las preocupaciones de las políticas sociales, que garantiza no sólo su desarrollo material, sino dando los fundamentos para su desarrollo moral y espiritual.

Solo así podremos alcanzar el ansiado desarrollo, y vencer la pobreza que se expresa en la vida de muchos panameños. Un desarrollo humano fundamentado en la caridad y en amor al prójimo, que nos muestra en el otro al hermano, no al competidor, ni menos al enemigo.

Esta es la lógica que inaugura en nuestra tierra el Hijo de Dios, Jesucristo Nuestro Señor; la lógica del servicio, de la entrega, del olvido de uno mismo por amor a los demás, y es esta lógica la que muchas veces no queremos aceptar e incluso algunos rechazan. En esta nueva manera de ver la vida, el otro no es un rival, sino alguien a quien respetamos porque, al igual que cada uno de nosotros, está dotado de una dignidad intrínseca. En esta lógica del amor no sólo esta desterrado el odio, sino que debemos mirar con particular atención al que sufre, al más pobre, al desvalido, al que se siente sólo, porque son ellos los que más necesitan de nuestra ayuda para llegar a descubrir su propia dignidad.

Los principio no negociables a la hora de elegir a las autoridades En este momento decisivo, me parece oportuno recordar a todos aquellos principios no negociables para un cristiano, que son de-terminantes a la hora de elegir en conciencia a nuestras autoridades políticas.

Estos principios básicos para la actuación coherente del cristiano, según la enseñanza de la Iglesia son: el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural; el respeto y la defensa de la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer; la libertad de educación de los hijos y el derecho de los padres a escogerla y la promoción del bien común en todas sus formas. Quien quiera preservar los valores perennes en los que hemos fundado nuestra nación debe meditar profundamente en ellos a la hora de ejercer su derecho a elegir