Cuando las personas inician un curso bíblico, casi siempre se hacen estas preguntas: ¿Cómo está organizada la Biblia? ¿Cómo nació la Biblia? ¿Quiénes la escribieron?, ¿En qué lugares se escribió la Biblia?, ¿Cuándo?, ¿En qué idiomas fue escrita? ¡Son preguntas de rigor!
Pero antes que todo, cada persona se ha de someter a sí misma a una profunda reflexión, cifrada en descubrir qué lugar ocupa la Biblia en su vida. Es posible que muchos estén convencidos que Dios les habla cuando ellos, abriendo la Biblia de forma casual, leen el primer texto con el que tropiezan. Tenemos que buscar la manera de romper esos esquemas mentales que hacen que la Biblia parezca un talismán mágico.
Se impone ante todo un esfuerzo por precisar lo que es. Y es que solo cuando los creyentes logremos comprender cómo
Dios nos habla en ella, estaremos en condiciones de convertirla en fuente de vida personal y comunitaria. Para ello, tenemos que comenzar aclarando, ante todo, que la Biblia no es un objeto mágico.
Dios no nos habla a todos por igual. Todo libro de la Biblia es fruto de su propia época y esa pluralismo de libros de la Biblia, invita a comprender que el mensaje divino viene de diferentes maneras, pero de forma que siempre conseguimos comprenderlo.
A Dios, que no deja de hablarnos, podemos y tenemos que descubrirlo en el conjunto de los “libros sagrados” que conforman la Biblia a través de un diálogo vivencial.
De allí que no solamente debemos leer y estudiar la Biblia, sino que hay que comentarla con los demás, todo ello con el propósito de conseguir el más codiciado fin, es decir, convertir su mensaje en vida propia.