Al mencionar Alanje, la mente nos lleva de inmediato a su Santuario, al Milagroso Cristo, a la leyenda de su hallazgo, a los miles de peregrinos que le visitan con gratitud durante estas semanas, y sus incontables historias transformadas por la devoción y acción de Dios en ellos.
Sin embargo, Alanje es un pueblo que desde sus orígenes sirvió de crisol para que lo traído desde Europa pudiese fraguar y ser un baluarte indiscutible de la fe en estas tierras aguerridas y codiciadas.
En ellas no solo habían pensado los misioneros y expedicionario europeos, ya por ella habían pa-sado diversas rutas intertribales que incluso le pusieron en la mira de grupos “mosquitos o miskitos” que desde el caribe de Nicaragua le recorrieron y asaltaron.
Importantes datos históricos fechados en 1754 iluminan las ya conocidas leyendas del hallazgo del Cristo, pues solo dos años antes de este importante acontecimiento un viajero clandestino inglés, John Cokburn consigna relatos de los pobladores de la región y el testimonio del martirio del cura párroco de esa fecha, un fraile franciscano español brutalmente asesinado.
En 1756 un desconocido llega al pueblo y talla la imagen del Cris-to Crucificado; durante ese año el alcalde Don Manuel Bustavino recoge el testimonio de los lugareños precisando datos que concuerdan con lo que popularmente fue circulando siglo tras siglo por relato popular.
Uno de esos relatos lo cuenta Don José Antonio Villa, residen-te de las afueras de Alanje, quien menciona que muchos reconocieron en el tallador desconocido al fraile martirizado años atrás cruelmente, y que buscaba que en Alanje quedara una muestra patente de que su muerte no sería en vano, sino que con el tiempo cada lugareño dirigiera su mirada al Cristo y supiera que allí “en ese sitio se predicó el Evangelio de Jesús”.
Semana Santa convierte al Santuario Diocesano del Cristo de Alanje en el punto de mayor afluencia donde miles de peregrinos por devoción y agradecimiento, pese a las facilidades de transporte que hay, es manifiesta la gratitud de quienes caminan or kilómetros desde varios rincones de la diócesis para dejar sobre el Cristo sus plegarias de agradecimiento, pernoctar en las afueras del templo y recorrer sus antiguas calles tras el cortejo procesional.
Las familias de Alanje por años atesoran no solo las historias sino sus cantos, las maneras de hacer cada arreglo floral y los velorios que transportan a todo el que participe en ellos a esos primeros años de devoción.
En la diócesis de David, las comunidades se caracterizan fundamentalmente por ser aquellas que se fueron creando siempre en camino. La primera experiencia de Jesús, los Apóstoles y sus primeras comunidades luego de la Resurrección son precisamente aquellas que se formaron “en Camino”. Por ello, una tradición fundante de la iglesia que peregrina en Chiriquí debe verse iluminada desde sus orígenes por el testimonio de quienes vinieron con la Buena Nueva al encuentro de un mundo casi desconocido.