La religiosidad popular requiere de la orientación y formación que permita trasladar el sentir de los devotos hacia una práctica religiosa más madura.
Por Mons. Manuel Ochogavía Barahona
La práctica religiosa que experimentamos en estos días, con la participación masiva de los devotos del Cristo Nazareno, nos habla del gran sentido de religiosidad que existe entre nuestro pueblo.
Aún con una fe muy poco instruida, miles de gestes sencillas se vuelcan a expresar esa fe de la manera en que la misma, yace en lo profundo de su ser, se manifiesta en la costumbre y cultura de nuestro pueblo. Sin embargo, esa religiosidad requiere de la orientación y formación que permita trasladar el sentir de los devotos hacia una práctica religiosa más madura, acorde con la fe de la Iglesia.
Son muchos los esfuerzos que en ese sentido se ha hecho, para que los panameños superemos las tradiciones y actitudes costumbristas que, aún con el valor cultural que tienen, nos impiden adentrarnos en el misterio mismo de Cristo y de su iglesia.
Sin duda hay que seguir orientando y catequizando a nuestro pueblo, para lograr que muchos de esos miles de peregrinos, devotos y penitentes, descubran el amor de Dios que los rescata y les ofrece, como única víctima al Salvador del Mundo.
Cristo ofreció sus dolores y sufrimientos para nuestra redención, pagando así por nuestros pecados. Y en esa religiosidad que observamos por estos días, de alguna manera se rememora ese sufrimiento de quien, por amor al mundo, aceptó la misión a él encomendada, para rescatarnos de la muerte.
Por eso, la vivencia de la fe debe trascender los límites que mantienen oculto el verdadero mensaje de vida. No está, pues, la salvación en la manda que se ofrece o en la procesión que se camina. Eso es apenas un signo de lago más profundo que, en el corazón de millares de devotos, espera ser descubierto para alcanzar una experiencia de fe conforme el plan de Dios.