El proyecto pastoral de la Arquidiocesis de Panamá, “debe ser una respuesta consciente y eficaz para atender las exigencias del mundo de hoy”. Por eso, como nos enseña Jesús, hemos de ser “sal, luz y fermento en la masa” (Mt. 5) “en un mundo a la vez sediento de Dios y en crisis de fe, con tantos alejados, en medio de la confusión que producen algunas sectas y de la falta de pertenencia y corresponsabilidad eclesial que afecta a muchos cristianos e impide que las nuevas generaciones crezcan en la fe y que la Iglesia responda adecuadamente a los nuevos problemas y los cambios que caracterizan a nuestro tiempo”.
El cristiano debe vivir sin complejos, sin “avergonzarnos de anunciar el Evangelio” (Rm. 1, 16), decubriendo que “la evangelización es lo prioritario, de acuerdo al mandato misionero de Jesús: ‘Vayan a todos los pueblos y hagan discípulos’… (Mt 28,18), esta es la tarea fundamental a la que Jesús envía a sus discípulos, proclamar el Evangelio de Jesucristo, y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación” (Aparecida 103).
Hemos sido siempre un país de encuentro, de acogida y hermandad, por eso florecen en nuestra nación lazos de fraternidad y solidaridad con tantas naciones. No podemos ser indiferentes a las realidades de tantos hermanos que buscan un futuro mejor para su familia, y debemos recordar que Evangelizar también es “acoger, proteger, promover e integrar”, a nuestros hermanos que llegan a nuestro bendecido país buscando un futuro mejor (Cf. visita del Papa Francisco a Lampedusa, 8 de julio de 2013). La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie (EG. 23).