Jesús, nos mostró con su vida y muerte, como ofrenda libre y consciente, el camino de la verdadera amistad: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Los santos, amigos del Señor, también nos exhortan sobre la importancia de la amistad para la salvación y el camino para encontrarla. El testimonio de San Fco. De Sales, en su experiencia de amistad con Jesús, nos explica: “La amistad de este mundo es enemiga de Dios, … roba el amor de Dios, … siempre anda en desasosiego su corazón, con perpetuas desconfianzas, celos e inquietudes” (Vida Devota, 3,18). El santo nos exhorta a situar nuestro trato con Dios, dado que: “La verdadera y viva amistad, no puede conservarse entre los pecados” (VD 3,22); y “nos obliga a ayudarnos los unos a los otros, para librarnos mutuamente de toda clase de imperfecciones” (VD 3,19). Los verdaderos amigos “se alientan, ayudan y estimulan mutuamente a obrar bien” (VD 3,19). Esto es lo que Jesús hace con nosotros. Si a la JMJ vamos con la amistad con Dios renovada, restablecida los frutos vocacionales de la misma están asegurados, que “amor saca amor” (Sn Jn +; cf jn 15,19; 1Jn 4,11).
Idear un ejercicio para la preparación
de los animadores y jóvenes.
En la preparación espiritual para la JMJ19 es bueno ejercitarnos en el amor verdadero hacia sí mismo, como hijos en casa, como hermanos, como hijos de la Iglesia. Sería con el fin de “sosegar la casa”, como enseña Sn Juan de la Cruz, para recibir con agrado y libertad de corazón al Señor y a los peregrinos que hospedaremos en la casa interior de nuestro corazón y en la de nuestras familias. Si hay una casa que ha de estar sosegada, es decir en paz, armonía, con purificación de la memoria, de la voluntad, de los sentimientos, con la liberación de las pasiones y esclavitudes, es nuestra casa anfitriona, esforzándonos para vivir el encuentro “todos en un mismo pensar, en un mismo sentir” (Filp 2,2; 1Cor 1,10), y comprometidos unos con otros a preparar nuestro corazón de “amigos de Dios”. Será un kairós: “… si vuestra mutua y recíproca comunicación es acerca de la caridad, de la devoción, de la perfección cristiana, ¡oh Dios mío!, qué preciosa será esta amistad. Será excelente, porque vendrá de Dios; excelente, porque tenderá a Dios; excelente, porque durará eternamente en Dios” (VD 3, 19).
La amistad para que sea verdadera y genere la fecundidad espiritual que promete ha de ser una relación desde dentro, no a partir de los sentidos externos, ha de ser virtuosa, que sólo así será duradera. Santa Teresa de Jesús nos recuerda que “para que el amor sea verdadero y dure la amistad han de encontrar las condiciones: la del Señor ya se sabe que no puede tener falta, la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata” (Santa Teresa, V 8,5).
¿Qué es la amistad verdadera?
La que hemos de trabajar para alcanzar en nuestro trato con Jesús, con nosotros mismos, con nuestro prójimo, es la que canta el libro del Eclesiástico 6, 14-17: “Un amigo fiel es apoyo seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio, es incalculable su valor. Un amigo fiel es medicina para la vida, los que temen al Señor lo encontrarán. El que honra al Señor hace que su amistad sea valiosa, porque su amigo será como sea él”. En la amistad el uno y el otro dan lo que tienen, lo que hacen y, sobre todo, lo que son. La amistad verdadera consiste en dejar que el amigo sea lo que él es y quiere ser, ayudándole delicadamente a que sea lo que debe ser. Amigo verdadero, Cristo, es aquel que te conoce tal como eres, no se escandaliza, no te abandona, sigue siendo tu amigo, y busca para ti todo lo que es bueno, honesto, justo, puro, amable (cf Filp 4,8). Es Aquél de quien San Agustín dice: “bien te ama, quien no te da lo que no te conviene”, porque sabe que no te va a realizar, es tu amigo y desea para ti lo mejor.