Según los evangelios, Jesús de Nazaret comenzó su predicación precisamente con un llamado directo y contundente a esta actitud de conversión: “Ya se ha cumplido el plazo y el Reino de Dios está cerca, conviértanse a Dios y acepten con fe la buena noticia” (Mc 1,15). Y la tradición cristiana ha visto siempre acertadamente un paradigma de la auténtica conversión en la parábola del hijo pródigo (que sale y regresa a la casa del padre, Lc 15,11ss.) y el relato de Zaqueo (Lc 19,1ss.), que tras su encuentro con Jesús cambia completamente de actitud: no sólo reconoce que ha robado y deja de robar, sino que además restituye lo injustamente adquirido y comparte la mitad de sus bienes con los pobres. Un cambio de vida tan radical como el de Pablo de Tarso o Agustín de Hipona, a quienes podemos considerar con toda certeza entre los más grandes conversos de la antigüedad cristiana.
Un año más, comenzamos la Cuaresma. Durante los primeros siglos era el tiempo en que se intensificaba la preparación de los “catecúmenos” que recibirían el BAUTISMO en la Vigilia pascual. Hoy es un tiempo litúrgico fuerte para renovar las promesas del bautismo en la noche de Pascua y vivirlo después con fe, intensidad y compromiso. En cualquier caso, es un tiempo de CONVERSIÓN y así estamos llamado a vivirlo. Conversión personal, comunitaria o social y pastoral, que se realice en nuestro corazón, en nuestras relaciones (inseparables) con Dios y con los hermanos, en nuestra participación en la vida y la misión de la Iglesia, en nuestro testimonio evangelizador.
El Plan pastoral es precisamente eso: un llamado y un medio de conversión, un instrumento para hacer posible y real la conversión pastoral que nuestra Iglesia necesita. No lo olvidemos.