Espiritualidad y madurez vocacional (II)

Espiritualidad y  madurez vocacional (II)

La persona vocacionada es llamado a asumir una vida apartada del mundo estando en el mundo, asumiendo este compromiso. Es posible realizarlo porque es una llamada de parte de Dios, quien se ha fijado en el vocacionado y le capacitará para realizarlo, aunque al principio, y a veces por mucho tiempo, el mismo vocacionado no lo entienda. Todo se dará a su tiempo, se deja llevar por la voz que le llama a dejarlo todo por él: “Jesús subió a una montaña, y llamó a los que él quiso” (Mc 3,13).
La persona escogida por Dios para esta opción de vida tan especial, se encierra libremente en cuatro paredes en el caso de vida religiosa, o se encierra en el corazón de la persona amada, en el caso de los novios en Cristo y particularmente en el caso del matrimonio. Todos, en una forma o en otra, teniendo el mundo a sus pies y la libertad para ir y venir con su proyecto de vida personal, lo dejan todo por la persona amada, por el camino y opción de vida para el que ha sido escogido y llamado.
Atendamos que “no es la persona la que escoge la opción, es Dios quien le escoge para esta opción”, aquí radica la grandeza y profundo gozo interior del vocacionado, y a la vez aquí radica la mayor dificultad para responder debidamente, al creer que es él quien ha escogido optar por el camino elegido, o al saberse indigno e incapaz de un llamado tan especial. Hablando vocacionalmente, el espíritu que mueve al vocacionado “es el espíritu del que le llama, el Espíritu de Dios”, ya sea para la vida laical consagrada al bien, a la santidad, o la vida religiosa o ministerial. En su interior hay algo fuerte para poder dar este paso, y eso es “el amor”, es sólo el amor la razón por la que es capaz de hacerlo y para siempre.
Para una o para otra opción de estado de vida se trata de sumergirse plenamente en el misterio de Dios, porque “Dios es amor (cf 1Jn 4,8). No es cosa de capacidad personal, no es cosa de ser buena, ser fuerte o inteligente, y menos de “poder”, de estatus. No. La perspectiva de una persona que vive vocacionalmente su estado de vida (vida laical o soltería, vida matrimonio, vida religiosa, diaconado o ministerio sacerdotal) es la de aquella que se sumerge en la esencia de Dios, y escuchándole en su corazón, asume la opción de vida en amor a Dios y en bien del prójimo, y por lo tanto no ambiciona nada más que hacer la voluntad de Dios y la felicidad de los prójimos a los que se dirige su opción de vida.

Opción de vida hecha por vocación
Hecha por vocación es dejando todo por Dios y por el bien de la humanidad, el bien de las almas, no por su propio bien. Y así, sólo debo saber que toda opción vocacional hecha por vocación lo pide todo: ”el Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1; Hch 7, 3).
Lo anterior deja pensar que puede hacerse opción de vida “no por vocación” y esto hace que se lleve una vida triste, no realizada, no liberadora, y en riesgo de causar problemas. Lo ideal es que toda opción de vida y de servicio a la Iglesia y a la misma sociedad sea por vocación. “No me eligieron ustedes a mí; fui yo quien los elegí a ustedes” (Jn 15,16). Así ha de ser en los jóvenes novios en Cristo, novios por vocación al amor, donde la atención al amor verdadero le pide toda fidelidad y toda rectitud y pureza de acción en la vida, sólo para la persona amada. De la misma manera en la vida matrimonial y en la vida religiosa. Quien vocacionalmente hace opción de vida “no se da por partes, ni por tiempos, ni según conveniencias o condiciones, no lo hace buscándose a sí mismo, que todo lo que deja lo hace por el amor que Dios le hace experimentar y por amor al bien de las personas.