En esta oportunidad, y viendo lo que principalmente está sucediendo en estos días y que tiene que ver con la cantidad de accidentes con consecuencias trágicas, me refiero a la muerte de muchas personas, o también consecuencias que si bien no son mortales, también son trágicas porque implicará que muchos queden con secuelas físicas, anímicas, familiares, entre otras cosas.
Cuando comenzamos a enterarnos de algunos detalles, vemos que quizás muchas veces se podrían haber evitado, y que estos “accidentes” no son ni más ni menos que lamentables consecuencias de no respetarnos y respetar a los demás, de no acatar las leyes de tránsito, de no pensar si estamos en condiciones para conducir.
Es entonces cuando me viene esta pregunta: ¿Qué nos pasa? ¿Ya no valoramos la vida? ¿O quizás nos creemos “todopoderosos”, que nada podrá sucedernos?
Es verdad que no estamos libres de accidentes, pero si tomo alcohol y luego conduzco un automóvil, si voy a velocidades no permitidas, si hago determinadas maniobras o me entretengo, entonces ya no sé si podemos hablar sólo de “accidentes”.
Otra de las cosas que han asombrado es que estos hechos, muchos de ellos, han sucedido en tiempo de vacaciones, incluso muchos iban o regresaban de sus descansos, y por lo tanto no se podría hablar del “ritmo alocado en el que vivimos”, de los tiempos que hacen que debamos correr.
¿Podrán servirnos estos acontecimientos como un motivo para que reflexionemos sobre el “don precioso” de la Vida que Dios nos ha dado, o será sólo un tiempo de conmovernos, pero después nos “entregamos” a la imprudencia, mostrando quizás lo poco que valoramos nuestra vida y la de quienes nos rodean? Espero y deseo que sea lo primero, porque la vida de cada uno no sólo es un “don personal” sino también para los demás.