Esta semana la Palabra nos está invitando a no ser tacaños con nuestras riquezas, y la mayor de todas es uno mismo.
A veces ocurre que le ponemos condiciones a Dios, a la Iglesia, a nuestros hermanos, y solo le damos lo que sobra, si es que damos algo.
Cristo nos enseñó a darnos de manera plena, sin usura ni medias tintas. Él se dio todo, y decidió quedarse entre nosotros para siempre.
De esa misma forma nos está pidiendo darnos como alimento para que otros conozcan a Dios a través de nuestra generosidad, al tiempo que sienten el calor y la hermandad que le prodigamos.
Habrá personas que dan dinero, mucho, pero se niegan a dar, aunque sea un segundo de su tiempo para conversar con los niños, con adolescentes rebeldes o con adictos y menesterosos.
Pero también hay gente pobre que vive ensimismada en sus problemas, sus líos diarios, sus batallas personales, y se olvidan de los demás.
Por fortuna, hay entre nosotros gente muy linda, que a pesar de sus situaciones de vida, ya sea económica o familiar, se donan a la comunidad, a su parroquia, a algún movimiento o una obra social.
Dios nos pide lo mejor que tenemos, y eso mejor es uno mismo. Todo lo demás es accidental.
Empecemos por casa, donde tal vez en estos tiempos de cuarentena le hemos negado a quienes viven con nosotros lo mejor que tenemos.
Pero también hay necesidad de nuestros tesoros en el vecindario, en la parroquia y en la esquina del barrio.
¡Ánimo!