“Desde la fe estamos convencidos que la Palabra transforma la cizaña en trigo”, Monseñor Ulloa”.

“Desde la fe estamos convencidos que la Palabra transforma la cizaña en trigo”, Monseñor Ulloa”.

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Este Domingo del Señor, la Acción de Gracias estuvo dirigida a la celebración del Día del Niño, y en memoria a los miles de personas fallecidas por el Covid-19, “que son más que números, ellos tienen rostros, nombres, apellidos y familias concretas”.

Con estas palabras inició su homilía, el Arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa Mendieta, además recordó a los “que padecen la enfermedad y aquellos que miran con miedo la crisis económica, pues nos asusta, y despierta en nosotros lo peor que guardamos dentro”.  

Pero, con esperanza dijo que hoy, Día del Señor, sabemos que no estamos solos, Jesucristo nos envió el Espíritu Santo para reconfortarnos y darnos sus siete dones para que con valentía y en medio de la incertidumbre, proclamemos la Buena Nueva al mundo.

Hoy la palabra quiere iluminarnos, señaló Monseñor Ulloa, porque el Reino, como la siembra, tiene sus ritmos y Dios no permanece impasible o de brazos cruzados ante el mal en el mundo. Él está constantemente luchando contra el mal a través de quienes asumen vivir según sus preceptos. 

“Al igual que una semilla de mostaza o un grano de trigo, mi alma va dando fruto poco a poco, de manera callada y casi invisible; pero Jesús siempre está ahí para velar por mí, para cuidar de mí, y no tengo porque preocuparme, ya que Él nunca me abandona. Su gracia y su amor siempre me acompañan”, indicó, 

Lamentó que el covid-19 haya puesto en evidencia, de la manera más dramática y dolorosa, lo que el pueblo ha padecido por la mala siembra por décadas, y que hoy más que nunca ha aflorado:  en materia de economía, salud, educación y justicia por la siembra de la mala semilla por la falta de ética y moral, y el desprecio al bien común y principalmente al valor de la vida humana. 

Asimismo, indicó que el mundo y Panamá ha descubierto que el colapso de nuestros sistemas de servicios públicos no es debido solo a causa del coronavirus, sino a la ausencia o retraso en la ejecución de políticas públicas, porque hemos estado más pendientes del juega vivo, de la corrupción, del saqueo de las arcas del Estado. 

Trayendo el mensaje a la realidad, abogó por sembrar esperanza y que cada uno hemos de ser una Iglesia servidora no ser indiferente al dolor del pueblo, bálsamo para aliviar el sufrimiento. 

En cuanto el servicio que en este momento está haciendo la Arquidiócesis de Panamá, como servidora: “está custodiando ofrece el servicio de custodiar las cenizas, en parroquias que ha habilitado en distintas parroquias; está acompañando espiritual y religiosamente en el duelo, mediante llamada telefónica, donde atienden psiquiátricas, psicólogos, sacerdotes, entre otros”. 

Con firmeza advirtió que estos servicios son para todos, sin exclusión de nadie; creyentes o no; de otras denominaciones, que lo importante es ser esa Iglesia disponible como María, para salir al encuentro del que sufre para que experimenten la gracia y misericordia del Padre.

El Arzobispo insistió en estos momentos “debe florecer nuestra capacidad de diálogo y colaboración, y no adoptar posturas previas que nos encierran en nuestra propia posición y nos colocan falsamente por encima de los demás, más bien que resalte actuar de manera más constructiva y comprometida.

“No se trata de acallar nuestra conciencia crítica, sino de saber asumir nuestra propia responsabilidad con lucidez, sin ver siempre en los demás «cizaña»”. No es la hora de lamentos, que bien pueden estar fundamentados, tendremos oportunidad para eso, ahora somos Panamá, hay que abrazarnos, unirnos, y jugar el rol que nos corresponde a cada uno desde sus responsabilidades”, afirmó.

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la Capilla del Seminario Mayor San José.

HOMILÍA V DOMINGO DE PASCUA

“DIA DEL NIÑO Y SITUACION DEL PAIS”

Domingo 19 de Julio de 2020

Hoy, Día del Señor, nos llena la esperanza saber que no estamos solos, Jesucristo nos envió el Espíritu Santo para reconfortarnos y darnos sus siete dones para que con valentía y en medio de la incertidumbre, proclamemos la Buena Nueva al mundo.

Nuestro país está en un momento sumamente preocupante. El llevar casi cuatro meses de encierro, el llorar a más de (1,000) personas fallecidas por el covid-19 que son más que números, ellos tienen rostros, nombres, apellidos, familias concretas, el pensar en los que padecen la enfermedad o mirar con miedo la crisis económica de la que avisan, nos asusta, y despierta en nosotros lo peor que guardamos dentro.  

Por eso que iluminadoras son las palabras de Jesús:  confiemos en él, el Jesús sabe lo que hace. El Evangelio de hoy presenta tres parábolas en las que se narra cómo un trabajo oculto, que no podemos ver da siempre fruto. Así es el trabajo de Dios en mi vida. Es un trabajo oculto, el cual no veo y, muchas veces, ni siquiera me doy cuenta qué pasa. Sin embargo, la gracia de Dios va actuando en mi alma.

Jesús sabe cuándo es el momento adecuado. Lo único que tengo que hacer es confiar en Él. Podrán venir dificultades, momentos difíciles, pruebas, pero siempre debo de tener la certeza de que Jesús sabe lo que está haciendo, que Él cuida de mí.

Al igual que una semilla de mostaza o un grano de trigo, mi alma va dando fruto poco a poco, de manera callada y casi invisible. Pero Jesús siempre está ahí para velar por mí, para cuidar de mí. No tengo porque desesperar, porque preocuparme ya que Él nunca me abandona. Su gracia y su amor siempre me acompañan.

«La justicia propuesta por Jesús no es un simple conjunto de reglas aplicadas técnicamente, sino una disposición del corazón que guía a los que tienen responsabilidades. La gran exhortación del Evangelio es establecer la justicia ante todo dentro de nosotros, luchando con fuerza para marginar la cizaña que nos habita. Para Jesús es de ingenuos pensar que podamos arrancar todas las raíces de mal dentro de nosotros y de los demás sin dañar también el grano bueno (cf. Mt 13, 24-30). Pero la vigilancia sobre nosotros mismos, con la consiguiente lucha interior, nos ayuda a no dejar que el mal predomine sobre el bien.» (Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2020).

Una Iglesia servidora que acompañan en el dolor

Por eso hemos de ser una Iglesia servidora, que no es indiferente al dolor de su pueblo. Iglesia bálsamo para aliviar el sufrimiento. Es muy difícil perder un ser querido en las actuales circunstancias sin poderse despedir del familiar hospitalizado, muchas veces no sabemos qué hacer con las cenizas de nuestro amado familiar.

Por ello reiteramos en este tiempo, la Arquidiócesis de Panamá ofrece el servicio de custodiar las cenizas, en parroquias que ha habilitado para ese fin: Parroquia de Santa Ana (Casco Antiguo); Parroquia Inmaculada Concepción (La Chorrera); Parroquia Sagrada Familia (San Miguelito), Parroquia El Señor de los milagros (Villa Lucre) y Parroquia San Mateo, “Templo de la Divina Misericordia”.

También contamos con el grupo “Camino de Emaús”, para el acompañamiento espiritual y religioso en el duelo, creado con el propósito de acompañar a los hermanos que así lo soliciten mediante llamada telefónica, donde atienden psiquiátricas, psicólogos, sacerdotes, entre otros. Pueden solicitar este servicio en el número directo es 282-6597. Y los grupos de atención del Mov. de los Focolares, Mov. Familiar Cristiano, Matrimonio en Victoria y Centro Juan Pablo II.

Estos servicios son para todos, sin exclusión de nadie; creyentes o no; de otras denominaciones, etc. Lo importante es ser esa Iglesia disponible como María, para salir al encuentro del que sufre para que experimenten la gracia y misericordia del Padre.

La epidemia del hambre y la miseria

El Papa Francisco subrayado, un factor que todavía muchos poderosos se niegan a admitir, y que ha sido determinante para la propagación del coronavirus, son las otras epidemias existentes en nuestro mundo, la cizaña que crece junto a la buena semilla.

El covid-19 ha puesto en evidencia de la manera más dramática y dolorosa, lo que el pueblo ha padecido por la mala siembra por décadas, y que hoy más que nunca ha aflorado:  en materia de economía, salud, educación y justicia por la siembra de la mala semilla, por la falta de ética y moral y el desprecio al bien común, y principalmente al valor de la vida humana. 

Y así el mundo y Panamá ha descubierto que el colapso de nuestros sistemas de servicios públicos no es debido solo a causa del coronavirus, sino a la ausencia o retraso en la ejecución de políticas públicas, porque hemos estado más pendientes del juega vivo, de la corrupción y del saqueo de las arcas del Estado. 

Estamos en este punto de la crisis, porque por décadas hemos carecido de una visión política de Estado, y ha pesado más el individualismo en vez del bien común. 

En el mundo y en nuestro Panamá hemos dejado que la mala semilla haya crecido sin ningún control, trayendo la cosecha que estamos viviendo:  un carente sistema de agua potable, especialmente en los lugares lejanos y empobrecidos; la salud carece del personal, de los equipos y las instalaciones adecuadas para atender pacientes. El sistema educativo no ha levantado cabeza, se instalan comisiones y pasan comisiones que impiden avanzar ampliamente, donde hay que garantizar un mínimo a nuestros niños y jóvenes para que tengan oportunidades en la vida.

El mal está entre nosotros y ese mal muchas veces no es algo natural sino provocado por nosotros mismos, que nos convertimos en nuestros propios enemigos y enemigos del Reino de justicia y de paz y sembradores de desesperanza.

Y la experiencia del mal lleva tantas veces a preguntarse: ¿Dónde está Dios? ¿Qué hace Dios? En realidad, la pregunta es: ¿Por qué hay personas dedicadas a explotar a los demás? ¿Por qué Dios permite que reine la injusticia en el mundo? 

Hoy la palabra quiere iluminarnos; el Reino, como la siembra, tiene sus ritmos y Dios no permanece impasible o de brazos cruzados ante el mal en el mundo. Él está constantemente luchando contra el mal, a través de quienes asumen vivir según sus preceptos. 

El Papa Francisco ha señalado que ha llegado el momento de cambiar de rumbo en la manera de vivir, basada solo en la explotación de los recursos y el consumismo.

Cambiar ese modelo de civilización, sembrar buena semilla, no es fácil, pero es necesario ponernos a trabajar ya, empezando por pequeños gestos. El Reino tiene siempre unos comienzos pequeños. Todo empezó con un pequeño grupo en torno a Jesús. Toda la fuerza del Reino le viene de Dios y de su Espíritu. Así también a la Iglesia. Su misión es ser levadura en la masa. Lo importante es la masa, el que la masa fermente (Mt 13,24-43). Para que la levadura realice su efecto tiene que desaparecer en la masa, ciertamente sin perder su condición de levadura que le da eficacia.

Los cristianos no vivimos en un mundo aparte, ni tan siquiera habitamos en países cristianos. Vivimos con todos los hombres, utilizamos la misma lengua y cultura, aunque cultivamos una serie de valores que nos vienen del evangelio y que creemos que son importantes para todos los hombres y para la sociedad. Sólo conviviendo con los demás hombres, acompañando su peregrinar hacia Dios, la Iglesia puede realizar su misión.

Iglesia solidaria ante la exclusión y pobreza del pueblo

Muchas veces el pueblo cansado llega a sentirse impotente ante tanta injusticia, surge uno de los de los fenómenos más característicos de nuestra época que es, sin duda, la contestación y la protesta, consecuencia del malestar que se experimenta en una sociedad conflictiva.

Si bien es cierto, la contestación es algo necesario para purificar nuestra sociedad. Y la fe cristiana puede y debe ser fuente dinámica de comportamiento contestatario. No por esto es positivo contestar cualquier cosa y, de cualquier manera. No toda protesta y toda condena es igualmente constructiva en la búsqueda titubeante de una nueva sociedad. También la contestación necesita ser criticada y purificada.

Hay una protesta amargada que nace de la frustración y la agresividad, y que difícilmente puede aportar nada válido al nacimiento de algo nuevo.

Hay una protesta que surge de la intolerancia, el fanatismo y la intransigencia, y que fácilmente puede acentuar las divisiones, las discordias y los partidismos, haciendo más difícil el esfuerzo común necesario para una transformación social.

Pero hay algo que el fenómeno de la contestación y la protesta ha hecho crecer entre nosotros de manera particular estos años.

De manera fácil e irresponsable tendemos a «clasificar» a las personas con arreglo a categorías preconcebidas. Y vamos colgando etiquetas de progresistas o conservadores, vanguardistas o integristas, izquierdas o derechas, dividiendo de nuevo el mundo en «buenos y malos» y condenando a quien no coincide con nuestra particular visión de las cosas.

De esta manera, vamos empobreciendo nuestra capacidad de diálogo y colaboración, adoptando posturas previas que nos encierran en nuestra propia posición y nos colocan falsamente por encima de los demás. Cuántas veces una condena fácil e indiscriminada de los demás, no es sino una manera infantil de querer ocultar la propia mediocridad y la incapacidad de actuar de manera más constructiva y comprometida.

No se trata de acallar nuestra conciencia crítica, sino de saber asumir nuestra propia responsabilidad con lucidez, sin ver siempre en los demás «cizaña».

No es suficiente solo con lamentarnos y recriminar a los otros, o de lamentarse de las estructuras existentes o descargar nuestra responsabilidad, considerando siempre las injusticias consecuencia del pecado de los demás. También en cada uno de nosotros hay «cizaña» que debe desaparecer. 

No es la hora de lamentos, que bien pueden estar fundamentados, tendremos oportunidad para eso, ahora somos Panamá, hay que abrazarnos, unirnos, y jugar el rol que nos corresponde a cada uno desde sus responsabilidades.

No vamos a naufragar en este intento, porque los que habitamos este territorio lo vamos a preservar, con la vuelta a la ética y moral en todas nuestras actuaciones. Necesitamos tener la paciencia necesaria con nuestro proceso de conversión, y 10 veces más paciencia con el proceso del otro, porque desde la fe estamos convencidos que la Palabra transforma la cizaña en trigo.

  PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ