La palabra juicio procede del vocablo latino iudicium que significa veredicto, derivado de ius (derecho, ley) y dicare (indicar). Es decir, efectuar un juicio implica indicar un veredicto sobre algo o alguien; señalando así una valoración positiva o negativa, moral o inmoral.
La capacidad de juicio viene dada por la inteligencia, y como tal es una oportunidad que Dios nos da al dotarnos de ella, pues, ¿cómo habríamos de advertir el bien y el mal en las cosas si no tuviésemos la capacidad de percibir con nuestra inteligencia aquello que es bueno y lo que no lo es? Podemos efectuar juicios de valor sobre las cosas y las acciones, entendiendo en cuáles de ellas se encuentra
Dios y cuáles no harán más que llevarmeal mal. Visto así, la posibilidad de juzgar es un tesoro que nos ayuda a educar nuestraconciencia y a obrar en consecuencia. Sin embargo, como en tantas cosas, la bondad o maldad del juicio dependerá del uso que le demos, del fin para el que utilicemos esta capacidad. Y aparecen así los juicios ya no solo hacia las cosas y las acciones sino hacia las personas: mirar con actitud de evaluar a los demás según hacen, dicen, piensan o visten.
El peligro de los juicios es doble: por un lado, querer ponernos en un sitio que no nos corresponde, pues Dios es el único Juez y Señor; por otro, olvidar que para ser capaces de juzgar deberíamos estar limpios de todo pecado, pues no sería coherente realizar un juicio a otro cuando nosotros cometemos pecado mayor. Y emitiendo juicios acerca de los demás perdemos tiempo y energía para concentrarnos en nuestro comportamiento, en corregir nuestros propios defectos y en conquistar virtudes. Es el mismo Cristo quien condena enérgicamente esta actitud más de una vez.