La Iglesia que nace en Pentecostés no era para quedarse en Jerusalén. Jesús Resucitado llama a Saulo, quien sería el instrumento adecuado para llevar la Buena Noticia de salvación a todos.
Pablo, de raza y religión judía, nació en Tarso, centro de cultura griega. Recibió el nombre hebreo de Saúl y el nombre romano de Paulus o Pablo. Además del arameo hablaba
griego y su profesión era fabricar tiendas de campaña.
Pablo vivió en un mundo dividido, así:
• Cultural y racial: griegos y bárbaros, cultos e incultos, y los israelitas en judíos y paganos; la ley era muralla para protegerlos;
• Social: ciudadanos romanos libres con derechos y esclavos, sin derechos;
• Sexual: leyes de Grecia, Roma e Israel: las mujeres en estado de inferioridad frente al varón.
A los pies de Gamaliel, hombre piadoso y abierto, estudió la Torah y es miembro del grupo religioso de los fariseos. Cuando oye hablar de los discípulos de Jesús, se convenció que eran impíos y pecadores y los combate en nombre de Dios. Persiguiendo discípulos, viaja a Damasco y allí tiene un encuentro personal con Jesús.
Pablo nace a la fe cristiana bruscamente y muchas veces relatará este encuentro con el Resucitado, que lo llevó a su conversión milagrosa. Al ver y escuchar a Cristo Resucitado, comprende que es el Hijo de Dios, que forma con los suyos un cuerpo vivo e inseparable; esto lo hizo un testigo dotado de la misma autoridad que los demás apóstoles.
Por ello, en cuatro viajes por el mundo conocido, dedicó el resto de su vida a predicar el mensaje que Dios le seguía revelando. Funda comunidades y deja trece cartas en las cuales las Iglesias reconocen la Palabra de Dios.