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El Buen Pastor: Espiritualidad de San Agustín

El Buen Pastor: Espiritualidad de San Agustín

En el domingo del Buen Pastor, invito  cómo entendía San Agustín su ministerio sacerdotal. Y la Carta 21 es el más precioso documento agustiniano sobre el sacerdocio. Está escrita en enero del año 391, casi inmediatamente después de su ordenación sacerdotal; Agustín  pide a su obispo Aurelio algunos meses para prepararse convenientemente al ejercicio del ministerio pastoral.

El sacerdocio como servicio

En la Carta 21, San Agustín utiliza dos ex-presiones para designar al sacerdote: hombre de Dios y hombre que presta al pueblo el servicio de los sacramentos y de la palabra de Dios. Dos dimensiones inseparables, de las que Agustín subraya notablemente la segunda. Porque el sacerdote es “hombre de Dios”, pero lo es precisamente para hacer llegar lo divino al pueblo. Su misión es concebida en términos de alteridad y servicio:  esta categoría de servicio ocupará siempre un lugar central en la experiencia y la doctrina agustiniana en relación con el ministerio eclesial, que ya obispo se aplica continuamente a sí mismo el calificativo de siervo, consiervo, servidor de la Iglesia, servidor del pueblo: “El que preside a un pueblo debe tener presente ante todo que es siervo de muchos. Y eso no ha de tomarlo como una deshonra; no ha de tomar como una deshonra, repito, el ser siervo de muchos, porque ni siquiera el Señor de los señores desdeñó el servirnos a nosotros…Dirigiéndose el Señor a los Apóstoles y confirmándolos en la santa humildad, tras haberles propuesto como ejemplo un niño, les dijo: quien de vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro servidor (Mt20,26)… Por tanto, para decirlo en breves palabras, somos vuestros siervos, siervos vuestros, pero a la vez siervos como vosotros; somos siervos vuestros pero todos tenemos un único Señor; somos siervos vuestros, pero en Jesús…Veamos por tanto en qué es siervo el obispo que preside: en lo mismo en que sirvió el Señor…que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida. He aquí cómo sirvió el Señor, he aquí cómo nos mandó que fuéramos siervos” (sermón 340 A 1ss)

Somos servidores de la Iglesia. El sacerdote lleva sobre sí la “preocupación por odas las Iglesias” paulina, es el servidor de todos en Cristo, que no vino a ser servido sino a servir y a entregar su vida por la salvación del género humano: el Señor, que lo hizo libre con su sangre, le ha hecho servidor de sus hermanos.

Responsabilidad del sacerdocio 

La “responsabilidad en el ejercicio del ministerio de pastor” (sermón 46, 2) es por eso una idea casi obsesiva para Agustín desde los días de su ordenación sacerdotal. “Nada hay en esta vida y máxime en estos tiempos –afirma impetuosamente Agustín al comienzo de la Carta 21- más fácil, más placentero y de más aceptación entre los hombres que el oficio de obispo, presbítero o diácono, si se desempeña por mero cumplimiento y adulación. Pero al mismo tiempo nada hay más triste, torpe y abominable ante Dios que tal conducta. Del mismo modo, nada hay en esta vida, máxime en estos difíciles tiempos, más gravoso, difícil y peligroso que el oficio de obispo, presbítero o diácono, aunque tampoco hay nada más santo ante Dios si se milita en la forma exigida por el Señor”.

Agustín siempre consideró el sacerdocio como un “ministerio peligrosísimo”, pero ya ordenado –confiesa- “he experimentado dificultades mucho mayores y más numerosas que las que antes presumiera…Aún no conocía bastante mi deficiencia y ahora me atormenta y me aterra”. Porque el sacerdocio no es un honor, sino una pesada carga.

Exigencias del sacerdocio

Así Agustín, consciente de la grave responsabilidad que supone ejercer el ministerio pastoral, es muy severo al exigirse ciencia y santidad.

Y es en la Sagrada Escritura donde es-pera encontrar el remedio a sus necesidades: “Hay en los libros santos, sin duda ninguna, consejos cuyo conocimiento y comprensión son indispensables para que el hombre de Dios pueda ocuparse del ministerio eclesiástico, y vivir ejemplarmente o morir entre las manos de los impíos, para no perder la vida por la que suspiran los corazones cristianos humildes y mansos. ¿Cómo puede conseguirse esto sino pidiendo, buscando, llamando, como dijo el mismo Señor, es decir, orando, leyendo y llorando?”.

Orar, leer, llorar: he aquí el programa agustiniano de preparación para el ministerio sacerdotal y la clave para poder vivirlo soportando su pesada carga y respondiendo en la medida de lo posible a sus exigencias, de forma que toda actividad brote de la riqueza de la vida interior, alimentada con la oración, el estudio y la meditación de la Palabra divina. Un programa que San Agustín cumplirá fiel y cabalmente durante toda su vida. Y un modelo para ser “buen pastor”.