Cristo resucitado quiso quedarse en la Eucaristía no solo para servir de alimento a las almas en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado y adorado en el sagrario. Es preciso honrarlo en el Santísimo Sacramento con culto de adoración.
A la Eucaristía se le adora en la Liturgia de la Santa Misa, el culto a Dios por excelencia. Pero también, la Iglesia ofrece culto de adoración al Santísimo Sacramento fuera de la Misa, conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren. La adoración puede ser en oración solemne con toda la Iglesia, en procesión o también en las visitas personales al Santísimo.
Grupos no católicos afirman que esto es idolatría porque se está adorando un pedazo de pan hecho por manos de hombres. Pero ante el Sagrario adoramos a Dios en Jesucristo que es Uno con el Padre y el Espíritu Santo y, como enseña el Concilio de Trento, está verdaderamente, realmente, substancialmente presente en la Eucaristía.
Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Juan 6,51). El Señor quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos amó hasta el fin (Juan 13,1), dándonos su vida, por eso nos espera en el Sagrario. Vayamos a adorarlo y contemplarlo llenos de fe, para reparar los pecados del mundo.
Pie de Página: La adoración puede ser en oración solemne con toda la Iglesia, en procesión o también en las visitas personales al Santísimo.