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“El peregrinar cristiano”

“El peregrinar cristiano”

Peregrinar supone varios pasos que ayudan a dar sentido al proceso de salir y saber llegar a la meta deseada.

 

Monseñor Edgardo Cedeño/ Obispo de Penonomé

A lo largo del Antiguo Testamento encontraremos a todo un pueblo, que se pone en camino buscando la tierra prometida y va en busca de ella. Es una experiencia en busca de la liberación de la esclavitud en que se encontraban. Es el Señor quien sale al paso y propone: “Conducirlos a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel”, (Ex 3,8).

El tema que vamos a reflexionar con cada uno de Ustedes, tiene que ver con “El peregrinar cristiano”. El mismo supone varios pasos que se tiene que realizar y que ayudan a dar sentido al proceso de salir y saber llegar a la meta deseada.

Consiste en tenerlo muy en cuenta: Primer elemento: no se empieza una peregrinación sin saber a qué lugar se dirige. Vamos a la Iglesia del Cristo de Esquipulas en Antón, al Nazareno de Atalaya, a Portobelo, o Santa Librada, etc. Esto lo sabemos, y lo esperamos, sin embargo, en ocasiones nos distraemos y olvidamos de ello, pues caemos en la indiferencia y frialdad religiosa.

 

Nuestro caminar en esta vida, es solo un paso hacia la eternidad.

 

Así nos lo enuncia el Catecismo de la Iglesia Católica: “caminamos como peregrinos hacia la Jerusalén Celestial”, (CIC. No.1198). Además nos dice: “las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo”, (CIC. No. 2691). Al peregrinar se tiene que ir con muchas ganas y abierto a ser solidarios con los demás.

Segundo elemento: continuar el camino es ubicar la dirección que debemos seguir para llegar a la meta deseada en nuestro peregrinar. Tenemos una brújula que nos debe orientar, es la fe.

Debemos confiar en la providencia del Señor, porque él mismo nos señala el sendero que debemos seguir.  Es más, él Señor hace un acompañamiento personalizado, como nos dice San Lucas: “Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado”, (Lc 24, 15).  No nos promete una vía ancha y fácil, llena de comodidades, pero sí nos asegura que llegaremos a la meta.

El camino de fe, nos lleva a salir primero de nosotros mismo, aquí se vuelve un camino de conversión, es decir cambio no solo de mentalidad sino de estilo de vida a la luz de la Palabra de Dios, la propuesta que hace el Señor Jesús al joven rico: “Ve, vende cuanto posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo”.

Ese despojarse de sí mismo, nos hace libre y desprendido, solo se lleva lo esencial para el camino. El dejar para ganar nuevas experiencias nos hace ser capaces de estar en sintonía con la propuesta del Señor Jesús, dejarlo todo para emprender la marcha hacia el hombre nuevo.

De allí en gran reto de todo peregrino, como lo indica el Catecismo Católico: “La peregrinación es una experiencia de misericordia, de compartir y de solidaridad con quien hace el mismo camino, como también de acogida y generosidad por parte de quien hospeda y asiste a los peregrinos”, (CIC 1392).

Jesús realizó una gran peregrinación de dolor por nosotros, camino a la cruz, por amor a ti y a mí. Soportó caídas, y llevaba el peso de nuestros pecados, esa cruz la cargó hasta llegar a la meta. Por eso, el peregrino se toma en serio lanzarse a caminar con determinación, y esto conlleva muchas veces cansancio, dolor y lágrimas.

No hay peregrinación cómoda, sin oración y sin meditación, es vivencia profunda de fe.