,

El pueblo abandonado

El pueblo abandonado

P. RAÚL SERRANO, OSA

El doctor Alonso Roy escribió un artículo sobre “Los pueblos sumergidos del Lago Gatún”. Sumariamente enumera la suerte de estos pueblos que fueron “borrados del mapa para la creación de la inmensa obra del Canal de Panamá”.

El doctor Roy finaliza su artículo diciendo: “Pueblos sumergidos para siempre y que fueron obligados a rendirse y desaparecer, para dar vida al gran lago artificial de Gatún”.

El pueblo de mi historia fue abandonado por sus habitantes. De este pueblo lleno de vecinos en la primera mitad del siglo XIX, no quedan casi rastros. Su sitio es parte de un potrero. Lo que fue el pueblo, me han dicho, sólo quedan las bases de su capilla, que había estado dedicada a San Eloy. 

¿Qué sucedió para que este pueblo fuera abandonado por todos sus habitantes?

Una enfermedad causada por un virus más que mortal, puesto que no sólo enferma el cuerpo sino que también ataca y debilita la psique de las personas e incluso pone al alma en peligro de eterna condenación. 

Desde las tinieblas de su origen, la humanidad ha convivido con este virus y la historia es testigo de cómo ha destruido culturas y civilizaciones. El verdadero progreso de la humanidad depende de la medida en que seamos capaces de vencer el virus y con él las enfermedades que produce. Sin embargo, en la actualidad, hemos optado por negar la existencia de este virus o, peor aún, lo aceptamos como algo bueno y las enfermedades que produce como realizaciones de lo verdaderamente humano. El virus se llama pecado y produce enfermedades a las que le damos el nombre genérico de vicios.

Los vicios que se enseñorearon del pueblo de mi historia fueron la causa de su desaparición.

Un obispo describió a los habitantes de Azuero como gente trabajadora, pero también fiestera. Y es cierto. Se ha dicho que en Azuero hay más fiestas que días del año. Quizá el mismo hecho de ser gente trabajadora, la convierta también en gente fiestera.

La fiesta es el modo de descansar y de, inconscientemente, reivindicar la propia libertad y autonomía: el que trabaja tiene derecho a divertirse. Pero, hay siempre el peligro, y en él caen muchos, de abusar de la diversión hasta convertirla en vicio. 

Lo que cuento de este pueblo abandonado, lo sé por la tradición oral que se mantuvo en mi familia. Mi bisabuelo fue uno de los primeros que, con su mujer y sus hijos, abandonó el pueblo y buscó otro lugar donde pudiera vivir con más tranquilidad y donde sus hijos estuvieran menos expuesto a la enfermedad de los vicios.

En aquel tiempo nadie era dueño de la tierra. La gente construía sus viviendas y las cercaba no como señal de propiedad sino para defender sus patios de los animales salvajes. Lo mismo sucedía con los terrenos que cultivaban: se cercaban para resguardarlos de los animales salvajes. Eventualmente esos terrenos serían abandonados y se buscaría otro lugar para sembrar. Esa fue la costumbre hasta que llegaron personas que reclamaron la posesión de la tierra, cercaron grandes propiedades y el campesino se convirtió en peón de los terratenientes. 

Mi bisabuelo  contaba con una familia numerosa. Había procreado 9 hijos, de los que 5 eran mujeres. Un amigo, que eventualmente pasó un fin de semana en su casa, presenció el espectáculo del baile, el licor y los otros vicios que siempre acompañan estas fiestas, y le dijo a mi bisabuelo que ese pueblo no era lugar para criar hijas honradas. Mi bisabuelo atendió el consejo y abandonó el pueblo. Parece que otros siguieron su ejemplo, de modo que de ese pueblo ya no queda ni el recuerdo en las nuevas generaciones.