EL SORDOMUDO

EL SORDOMUDO

El evangelio de este domingo nos presenta a un hombre afectado por la sordera. Nos dice que la fe no se apoya en argumentos y en razones, sino en  el encuentro vivo con Jesucristo.

P. José-Román Flecha Andrés

“Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará”. En el libro de Isaías se encuentran esas promesas que resumen las capacidades de cuatro de los sentidos humanos (Is 35,4-7). 

Con estas palabras, el profeta Isaías anunciaba el final de la esclavitud de los hebreos en Babilonia. La liberación social y política que todos deseaban se manifestaba con imágenes muy sugerentes. Con ellas se prometía la superación de la servidumbre que supone la incomunicación entre las personas. 

Con el salmo responsorial proclamamos que “el Señor liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego y endereza a los que ya se doblan” (Sal 145).

Según el texto de la carta de Santiago, todos nosotros podemos y debemos colaborar en ese proceso de liberación, prestando atención a los pobres y superando toda forma de discriminación  social (Sant 2,1-5).

EL ENCUENTRO

El evangelio de este domingo nos presenta a un hombre afectado por sordera, que solo logra expresarse con dificultad (Mc 7,31-37). En el texto se subrayan algunos detalles que resultan interesantes para nuestra vida cristiana.

  • El sordomudo ha llegado a perder una gran parte de su autonomía. De hecho, vemos que son otras personas las que se deciden a acercarlo hasta Jesús, rogándole que imponga sus manos sobre aquel hombre. Es una buena lección para nosotros.
  • Según el evangelio, el Maestro comienza por apartar de la multitud al sordo. No quiere espectadores ni busca fáciles aplausos. Además, parece querer invitar al sordo a verse a sí mismo en su discapacidad y a descubrir la importancia del encuentro personal con Jesús.
  • El relato subraya algunos gestos corporales de Jesús. Utiliza el lenguaje de las manos para hacerse entender por el sordo. Mira al cielo y suspira para indicarle de dónde viene su fuerza. La divinidad se hacer cercana en la humanidad de Jesús. Él  dirige al sordo una palabra que es una revelación y una interpelación para todos nosotros: “Ábrete”. 

EL OÍDO Y LOS LABIOS

El texto evangélico evoca un encuentro entre la Palabra y la sordera. Un encuentro que nos interpela a todos. Nos dice que la fe no se apoya en argumentos y en razones, sino en  el encuentro vivo con Jesucristo. El que es la Palabra puede devolver la capacidad de oírla y dar  testimonio de ella como hicieron los que presenciaron el gesto de Jesús:

  • “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Que el Señor toque nuestros oídos, nos libre de nuestro egoísmo y sane la sordera que nos impide escuchar su voz entre el bullicio y la algarabía de este mundo.
  • “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Necesitamos que el Señor toque también nuestros labios y nos libre de nuestra mudez. Muchos de nosotros conocemos su palabra. Pero no la anunciamos con audacia y alegría.

– Señor Jesús, todos presumimos de nuestra libertad, pero padecemos una dramática esclavitud. Nos negamos a escuchar esa palabra tuya que nos libera. Y tenemos miedo a liberar a los que padecen de una esclavitud semejante. Te rogamos que pongas en nuestros labios la belleza de la Buena  Noticia que has traído al mundo. Amén.