José-Román Flecha Andrés
San Pedro y San Pablo son los pilares de la Iglesia, pero su categoría humana los convierte en modelos de coherencia y de rectitud.
La diferencia de talante y de opiniones de estos dos hombres no los separó en vida de la gran misión que les fue confiada por su Señor, ni los aleja ahora en nuestra veneración.
De Pedro nos dice el evangelio (Mt 16,13-19), que reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. A cambio, Jesús le cambió su nombre de Simón por el de Pedro, para hacer de él la piedra sobre la que edificaría su Iglesia.
Pablo, por su parte, resume a su discípulo Timoteo su propia tarea de apóstol y misionero: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles”.
Los dos apóstoles y pilares de nuestra fe han sido liberados por Dios para convertirse en agentes de la liberación y en mensajeros de la verdad.
Estos dos apóstoles son testigos de la fe. Pero son también modelos de humanidad. Ambos estuvieron al servicio de los otros. En un mundo secular, muchos ponen la salvación en la técnica o en la política, en el arte o en la guerra. En un mundo plural se nos ofrecen muchos salvadores. Nosotros creemos que el camino de la salvación parte de la humildad.
Pedimos que la Iglesia se mantenga fiel a las enseñanzas y al ejemplo de los apóstoles Pedro y Pablo, que recordamos como los pilares y testigos de nuestra fe cristiana.