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El valor de una bendición

El valor de una bendición

Ninguna discusión nos puede llevar a convertirnos en una iglesia de élites moralmente aceptables, que son capaces de poner la norma por encima de la caridad.

 

Por Monseñor Manuel Ochogavía

Muchos son los planteamientos que ha causado en toda la Iglesia la Declaración Fiducia Supplicans sobre el sentido pastoral de las bendiciones (18 de diciembre de 2023), en contra, a favor, confusas, muchos sin haber leído el documento. En todo caso, los que lo discuten buscan poner en duda la autoridad del magisterio del Papa, si debemos o no observar lo que se dice en el documento, y sobre todo centrados en los dos temas que más asperezas provocan: la bendición a divorciados y a personas homosexuales.

En el antiguo Israel, cuando Dios envía una bendición a una persona era asignándole una tarea, es por ello que se le garantizaba la cercanía de Dios de tal manera que la persona podría llevar adelante aquella voluntad específica que Dios le había asignado, era un modo en el que Dios se hacía cercano, amigo, compañero. Sin embargo, dicha bendición exigía del que la recibía una disposición a caminar por el sendero de la voluntad divina, era un modo de pacto entre dos personas. Pero más allá de este modelo antiguo, la persona que pide una bendición está buscando la ayuda y la presencia de Dios en su vida, verse protegido del mal. En este sentido, la bendición nunca es solicitaba cómo una aprobación de su estado de vida, el que sea bueno o malo, por lo tanto, la bendición es otorgada con el deseo, por parte del que la da, de que la persona reciba la bondad, la misericordia y la ayuda de Dios en una circunstancia particular de su vida.

 

Es por ello que, toda esta situación en torno a la declaración dada por el Papa me hace preguntarme como ministro de Dios, cuál es realmente mi papel ante aquellos fieles que se acercan solicitando la bendición.

 

Debo partir del principio de reconocer que el ministerio que me ha sido otorgado es para servir al pueblo santo de Dios, brindándole los auxilios espirituales necesarios para poder vivir la fe en la esperanza, no me corresponde el hacer juicio sobre la vida de aquel que pide la bendición eso le corresponde a Dios teniendo en cuenta que la misma bendición no conlleva en ningún caso la confirmación o aceptación del estado de vida del solicitante.

Pero no todas las bendiciones se dan del mismo modo, están las que le damos al pueblo santo de Dios al terminar la misa, están las que damos cuando en un acto religioso le solicitamos a todos los fieles levantar sus objetos de piedad para bendecirlos, está la bendición que se otorga a un niño recién nacido no bautizado, y tantas otras bendiciones. Todas las otorgamos elevando las manos para pedir a Dios derrame su gracia y benevolencia en las personas o a través de los objetos bendecidos, y en la mayoría de los casos no conocemos a las personas o si el lugar bendecido será realmente para un uso noble.

Puedo quedarme viendo sólo desde el lado del ministro, pero cuando me pongo del lado del que pide la bendición me doy cuenta, y yo mismo lo he hecho,  que al pedir la bendición a otro sacerdote estoy pidiéndole a Dios me ayude en la situación de vida que llevo sin más, de allí que cualquier otro criterio que nosotros pongamos, normalmente no está en la intención del que solicita la bendición, el solicitante solo quiere que Dios le ayude y le ilumine, le proteja y le auxilie; no está pidiendo un sacramento.

Ninguna discusión nos puede llevar a convertirnos en una iglesia de élites moralmente aceptables, que son capaces de poner la norma por encima de la caridad, es como si volviéramos a la discusión de si el sábado es más importante que la persona, que a mi parecer es lo que tenemos nuevamente en el caso de las bendiciones.