El valor del testimonio

El valor del testimonio

El evangelio de Mateo pone en boca de la madre de Santiago y de Juan una petición de honores para sus hijos. Pero quien  no sirve a los demás no sirve para nada.

José-Román Flecha Andrés

“El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan” (Hch 2,2). Nos deja sin aliento esta simple anotación del libro de los Hechos de los Apóstoles. A continuación se nos dice que aquella decisión asesina parecía agradar a los judíos. Así que Herodes decidió también apresar a Simón Pedro.

Sin saberlo, aquel rey estaba dando cumplimiento a la profecía que Jesús había dirigido un día a aquellos dos hijos de Zebedeo. Después de veinte siglos, nosotros respondemos a esa noticia cantando: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben”, (Sal 66). Así reconocemos el valor del testimonio de los apóstoles.

Aquellos elegidos por el Maestro llevaban un precioso tesoro en sus vasijas de barro. Sabían y demostraban que la fuerza del Evangelio no provenía de ellos sino de Dios, (2 Cor 4,7). Estas palabras que Pablo escribió a los corintios se pueden aplicar a todos los enviados por el Señor.

BEBER EL CÁLIZ

En la costa del lago de Galilea, Santiago y Juan habían escuchado la llamada de Jesús. Inmediatamente habían dejado a su padre la barca y las redes y habían seguido al Maestro.

Pero un día demostraron que pretendían de Jesús los puestos de mayor importancia en su Reino. Bien a las claras quedaba su deseo de conseguir poder y renombre. Pero Jesús contestó a su petición, preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y de la muerte que él mismo habría de apurar (Mt 20,20-28).

Los dos hermanos respondieron que estaban decididos a seguir a su Maestro hasta el fin. Tal vez no endendían por el momento que ser grandes en el Reino del Señor no se consigue por medio del poder, sino de la  entrega de la propia vida al servicio de los demás.

El mensaje de Jesús era claro, pero no era fácil de comprender. Con demasiada frecuencia, también  nosotros procuramos alcanzar algo de fama y de prestigio. A todos nos gusta sobresalir por encima de nuestros compañeros y vecinos. Deseamos ser reconocidos por los demás, tener una cierta influencia o conseguir un poco de poder.   

VIVIR Y SERVIR

 El evangelio de Mateo pone en boca de la madre de Santiago y de Juan una petición de honores para sus hijos. Los demás apóstoles se indignaron contra ellos. Pero Jesús advirtió a todos sus apóstoles sobre el sentido que el poder y la grandeza tendrían en su Reino.

  • “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. Jesús no pretendía condenar el anhelo humano de crecer y madurar. Pero nos exhortaba a reconocer que la grandeza de la persona no está en el “tener” sino en el “ser”. No es grande quien domina a los demás, sino quien vive desviviéndose por los otros.
  • “El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. Jesús no quería eliminar el deseo humano de superarse o realizarse en la vida. Pero nos enseñaba que la importancia de una persona no puede valorarse por el dominio sobre los demás sino por el servicio que les presta. Quien no sirve a los demás no sirve para nada.

– Señor Jesús, nosotros creemos que tú no has venido a ser servido, sino a servir. De hecho has entregado tu vida por nosotros. Perdona  nuestra arrogancia. Y enséñanos a poner el ideal de nuestra vida en poder servir con humildad y generosidad a todos nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Amén.