Epifanía del Señor, Dios para todos

Dios anuncia en la natividad la llegada de su Unigénito y Salvador, a los pequeños y sencillos; la naturaleza terrena y celestial se conjugaron gozosamente junto con los ángeles que entonaron himnos  de gloria y alabanzas.

Con la Epifanía, popularmente conocido como el día de los reyes magos (San Mateo 2 1-12), los santos padres de la Iglesia, señalan la aceptación de la divinidad de Jesús por parte de los pueblos paganos. La Epifanía del Señor describe a tres personajes que partieron de oriente guiados por una estrella hacía Belén, donde encontraron al Niño Jesús junto a sus padres.

Los magos al llegar a donde estaban el niño Jesús le ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).

La fe en el corazón de estos reyes, les hizo reconocer en ese niño su divinidad. Cabría imaginar el largo camino recorrido por tres realezas provenientes de lejanas ciudades de oriente. Un viaje que con mucha seguridad no sería fácil, sin embargo esto no se convirtió en obstáculo, ni en inconveniente que pudiera detener o desviar aquella misión, hallar “al Rey de los Judíos” para adorarle.

Ni Herodes, pudo lograr su cometido, cuando aquellos visitantes quizo engañar con palabras que podían sonar sinceras pero en lo oculto premeditaba un fin, matar aquel mencionado recién nacido que sería el pastor del pueblo de Israel.

La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.

Epifanía significa manifestación de Dios. Dios se revela a todos: ricos y pobres, poderosos y humildes, judíos y no judíos. Después de nacer se manifestó a los pastores, pero luego se manifestó a los magos de oriente. Esta celebración que conmemora la manifestación de la naturaleza humana y divina del Hijo de Dios, a toda la humanidad en su diversidad de razas y culturas, pone en evnidencia a un Dios que no hace exclusión y que es para todos.

Si meditamos lo acontecido en este pasaje bíblico y nos hacemos protagonistas de la experiencia de estos tres seres elegidos por el Padre, podemos ser testimonios de la presencia de Dios. Todos de una u otra forma también hacemos camino en esta tierra. La búsqueda de nuestra identidad, personal, profesional, familiar, inclusive espiritual, nos hace emprender vías diferentes, donde no faltaran las dificultades y problemas de los cuales nadie está exento.

Caeremos, quizás nos podamos levantar o no, todo dependerá de cuanto esfuerzo, dedicación y perseverancia se tenga para encontrar lo bueno o malo de las experiencias vividas. Si es malo existe la esperanza de mejorar, corregir o enmendar.  Puede tratarse de nuestra misión en la vida: familia, trabajo, servicio.

Hasta dónde en estas tareas y en las posibles  pruebas que puedan surgir, consideramos conservar la alegría y confianza, como se describe en la actitud de los reyes magos. En cuántas ocasiones nos vemos actuando como Herodes, maquinando sin moral ni respeto, pero algo o alguien nos distrae de ese pensamiento o idea porque más allá de una satisfacción temporal, preferimos la verdad y la honestidad, que son valores casi perdidos en la sociedad de hoy.

Como aquel sueño que reveló les que no debían tomar el camino que los llevaba devuelta a Herodes, y los dirigió hacia otro camino. Reflexionar sobre lo correcto y el bien que podemos hacer, llenando aquellos vacíos y necesidades que sufren y padecen tantas personas que encontramos a diario, inclusive uno mismo, evita que nos sumerjamos en la más oscuras de las profundidades.

Siempre habrá una luz que nos ilumine, si nos permitimos esa oportunidad, para ver y sentir lo que Dios regala para que seamos felices y disfrutemos de paz y tranquilidad. No hay mayor ofrenda que las gracias y dones que recibimos gratuitamente del cielo y no hay mejor ocasión, para caminar y servir de corazón; brindar apoyo a quien lo necesita sin segundas intenciones.

La luz de esa estrella que guío a tres caminantes iluminará los pasos que sin temor nos atrevamos a dar, abriendo la mente y el corazón a la escucha de la Palabra de Dios. Participemos en esta fiesta de manera activa, entregando nuestra vida con todas sus altas y bajas, manteniéndonos como lo hicieron los Reyes Magos, acojamos con obediencia, humildad, perseverancia y fe, el llamado e invitación  que el Padre hace a todos sus hijos sin distinción ni exclusión, para que también hagamos la diferencia en un mundo tan golpeado, herido y sufrido, siendo un testimonio vivo de la presencia de Dios.

Teniendo claro que el mensaje de Jesús es universal, que no es sólo para una raza o una nación, sino para todo el mundo, tenemos que salir a evangelizar por todo el mundo y a toda la gente. Salgamos con espíritu misionero a anunciar la Buena Nueva de Jesucristo, a los alejados, a los que están en las periferias.

Jesús desde el principio nos enseñó que ha venido para salvar a todos los pueblos. Para el cristiano por eso no puede ser excluyente ni discriminatorio; todo lo contrario, debe seguir siempre los senderos de la verdad, de la justicia, de la paz, del amor misericordioso.

Monseñor Pedro Hernández Cantarero  / Obispo del Vicariato de Darién