Es tiempo para el amor no para consumir tanto

Durante los últimos meses, el país parece haber sido sometido a sobresaltos de todo tipo, desde la política hasta la seguridad ciudadana; se nos infunde la idea de una emergencia económica, y miedo por la falta de agua. ¿Cómo respondemos ante tanta noticia agorera? ¿Cuál debe ser la respuesta coherente del cristiano?

En este tiempo que inauguramos hoy, la palabra clave sigue siendo la misma que hace dos mil años: “esperanza”.

Otros prefieren hacernos creer que el fin es destrucción, desolación y agonía. Cristo dejó claro que el ineludible final será más bien de bienestar y equilibrio para todos. 

La esperanza ha sido considerada clásicamente como la virtud típica del Adviento, la dimensión de nuestra vida que cultivar especialmente en estas cuatro semanas. Como el pueblo de Israel y tantos otros pueblos, que vivieron la historia como un caminar iluminado por la esperanza del encuentro con Dios, el adviento nos invita a considerar nuestra vida como un caminar que no podemos sobrellevar sino con la fuerza de la esperanza.

Ahora bien, ¿cuál es el peso de la esperanza en nuestra vida?

Sería irresponsable suponer una esperanza quietista, que no hace mayor cosa, si de todas formas contamos con Dios para que arregle lo que está mal, y que en el cielo nos dará el premio merecido.

Esta semana demostremos con actos de misericordia abundantes y efectivos que nuestra esperanza tiene como base la caridad y el trabajo en la justicia, en la denuncia profética y la construcción de ambientes sanos para todos. ¡Ánimo!