Nosotros tenemos un cuerpo material que abriga un alma espiritual, creo que eso no es ajeno a nadie. Se complementan en perfecta armonía de tal modo que cuando el supremo creador lo decida se separarán, lo que se conoce por muerte, así de sencillo.
Mientras llegue ese momento cada uno tiene necesidades especificas y particulares para mantenerse juntas, el cuerpo por ser materia consume materia, como arroz, frijoles, carne, frutas, vegetales en fin una dieta balanceada para conservarse bien y no tener que tomar medicamentos por enfermarse porque el alma anima el cuerpo.
Ahora bien. El alma es mas compleja por que debe cuidar que el cuerpo se sienta bien y no lo logrará si no procura alimentarse bien, su dieta balanceada esta compuesta de alimentos muy particulares como es la palabra de Dios, los sacramentos en especial la sagrada comunión, la eucaristía; pero la cereza del pastel es el Espíritu Santo, que al morar en nosotros nos convierte en su Templo, por eso decimos que nuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo, por lo tanto debemos tener una comunión estrecha con el y respetarlo, pedirle constantemente que llene nuestra vida para que podamos comportarnos como buenos cristianos. Cuando el Espíritu Santo mora en nuestra alma se nota por los frutos, muchas cosas que nos molestaban las toleramos, soportamos con caridad a esa persona que nos era insoportable, somos solidario con nuestro hermano en desgracia, tendremos libre el corazón para amar a quien deseemos amar por el resto de nuestra vida, no nos costará perdonar las ofensas.
Cuando el Espíritu Santo nos llena la vida sentimos una paz increíble, un amor hacia el prójimo que se manifiesta en buenas obras, somos reflejo del amor misericordioso de Dios, no nos cansemos de clamar y el Espíritu Santo pondrá en nuestra boca las palabras correctas.
Todos merecemos recibir los dones del Espíritu Santo, de hecho lo recibimos en el bautismo y lo confirmamos en el sacramento de la confirmación.