Septiembre es el mes de la Biblia. Y lo es precisamente porque el día 30 de este mes celebra la Iglesia católica la memoria de San Jerónimo, uno de los grandes Padres de la Iglesia latina, que dedicó gran parte de su vida al estudio de la Sagrada Escritura. Tras un tiempo de labor pastoral en Roma, en contacto con las altas esferas sociales y eclesiales de la época, decidió dar un giro radical a su vida y se retiró a un lugar apartado en los alrededores de Belén; suele de hecho representarse rodeado de libros y en una cueva, donde incluso se ve a un león.
Dedicado allí a la oración, su penitencia fue estudiar el hebreo y el griego, lenguas originales de la Biblia, que llegó a dominar completamente. Y su esfuerzo dio frutos importantes para toda la Iglesia, ya que, a instancias del Papa de origen español San Dámaso, tradujo al latín el Antiguo y Nuevo Testamento. Es la llamada “Biblia vulgata”, porque se divulgó y usó en toda la Iglesia católica de occidente, prácticamente hasta el siglo XX.
“Ignorar la Biblia es ignorar a Cristo” es la frase del mismo San Jerónimo que explica el por qué de su dedicación al estudio de la Sagrada Escritura y de la importancia de la Biblia para los cristianos. Hoy la podríamos perfectamente glosar así. “La espiritualidad cristiana que no es bíblica, no es cristiana”.
Una afirmación que no está de más en estos tiempos, cuando con frecuencia hay católicos que basan su espiritualidad, antes que en la Biblia, en pretendidas visiones o revelaciones, o en escritos piadosos o teológicos al gusto de cada uno.
La Biblia es Palabra de Dios, palabra inspirada, mensaje de Dios para el ser humano. Claro que en la Iglesia hay otros escritos, llenos de sabiduría y piedad, como los de los Padres de la Iglesia y los de otros santos o teólogos. Pero nunca pueden ponerse al mismo nivel que los textos bíblicos. Porque éstos no son palabra humana, sino Palabra de Dios. “Todo lo que afirman los autores inspirados lo afirma el Espíritu Santo, por lo que los Libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos Libros para nuestra salvación” enseña el Concilio Vaticano II (Constitución sobre la Divina revelación, 11).
La Biblia es y debe ser la base y el alimento de nuestra fe, puesto que la fe es antes que nada respuesta a la Palabra de Dios, libre y amorosamente escuchada y acogida: “La fe proviene de la escucha del mensaje, y la escucha por la palabra de Cristo” (Rom 10,17. Es encuentro con la Palabra viva y encarnada de Dios, Jesucristo el Señor, centro de la revelación divina y de la vida cristiana.
La Biblia es un llamado permanente a la conversión, porque la Palabra de Dios es viva y eficaz como una espada de dos filos (Heb 4,12), penetra en nuestra vida para iluminarla y dirigirla, es interpelante, amorosa, capaz de cambiar nuestro corazón y de transformar nuestra vida de acuerdo al Evangelio. Vivir y testimoniar la Palabra (ser discípulos, evangelizadores y misioneros) es el fruto de la lectura y meditación asidua de la Biblia.
La lectura orante de la Biblia fue desde los primeros siglos el centro de la espiritualidad cristiana (lectio divina o lectura divina la llamaban los antiguos cristianos. Pues la Biblia, por ser Palabra de Dios, no se lee como una novela, un periódico o una carta, se ora. Una forma excelente de oración, afortunadamente recuperada hoy y cada vez más practicada en las comunidades
cristianas, que implica cuatro pasos o momentos:
• Lectura atenta y reflexiva, con la ayuda
de las notas de una edición católica y
actualizada de la Biblia, para entender qué
dice el texto
•Meditación, para descubrir qué me dice
el texto a mí, en mi situación concreta,
cómo ilumina mi vida
• Oración, para expresar qué le digo yo
al Señor como respuesta a su palabra, en
diálogo amoroso y confiado
• Compromiso de vida: qué voy a hacer
yo como respuesta a la Palabra, concretando
actitudes y decisiones
Cada domingo, los católicos estamos invitados a celebrar el día del Señor compartiendo la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. La primera parte de la celebración, la Liturgia de la Palabra está pensada y estructurada para ir escuchando y recordando a lo largo de los ciclos A, B y C los textos más importantes del Antiguo y el Nuevo Testamento. Preparar y repasar las lecturas antes de la celebración, escucharlas con atención y fe, durante ella, meditarlas y aplicarlas a nuestra vida después, durante toda la semana, es la mejor forma de alimentar nuestra espiritualidad para que sea realmente cristiana, es decir, nacida, alimentada e iluminada por la palabra de Dios. Especialmente por el Evangelio, encuentro vivo con Jesús. Este sería un buen propósito para celebrar el mes de la Biblia y para siempre.