Espiritualidad de Adviento y valor del tiempo

Espiritualidad de Adviento y valor del tiempo

En el libro de sus Confesiones (XI,14,17), San Agustín afirma que el tiempo es un gran misterio, casi imposible de explicar: el pasado ya no existe, el futuro aún no llegó, el presente está pasando; ¿existe el tiempo, qué es el tiempo?… Y sin embargo, ese misterio desconcertante y que se nos escapa de las manos, el tiempo, es junto con el espacio una de las coordenadas principales de la realidad humana: ¡vivimos aquí y ahora, esa es nuestra experiencia fundamental!

Los filósofos se han aproximado al misterio del tiempo de muchas formas y con diversas comparaciones: un camino por la tierra, un viaje en barco hacia la eternidad, una línea recta, un círculo que repite situaciones y hechos, un absurdo que destruye poco a poco nuestra vida… En un aspecto más práctico y en relación con la medida del tiempo, alguien dijo que Yahvé inventó el sábado, los antiguos inventaron los calendarios y el reloj de arena, los ingleses inventaron el fin de semana, nosotros los postmodernos inventamos la agenda electrónica y los relojes digitales… Y todos, en el fondo, andamos consciente o inconscientemente pendientes del tiempo y preocupados por él: qué hora es, cuándo, no tengo tiempo, el tiempo es oro, ya pasó el tiempo de…

Los cristianos compartimos también esa “esclavitud” del tiempo, pero estamos llamados a vivir también esta realidad como toda nuestra vida, desde la fe. Para nosotros, el tiempo es también tiempo de Dios: Él es eterno, pero ha entrado en el tiempo al encarnarse, el tiempo es suyo y está en sus manos, la historia es historia de la salvación, el tiempo está ya también redimido y salvado. En el tiempo nos encontramos con el Señor: en él estamos llamados a buscarle y servirle, respondiendo a nuestra vocación a la santidad y construyendo, con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, un mundo mejor –más justo, más fraterno, más humano- que sea semilla del Reino.

El llamado a valorar y santificar el tiempo es otra de las riquezas y oportunidades que nos ofrece cada año el tiempo de Adviento. 

Seguramente lo necesitamos todos, frente a la “pérdida de tiempo” o la angustia y el stress de un “aprovechar el tiempo” sin prioridades, descanso o contemplación que nos va deshumanizando poco a poco.

Al hacer nuestro examen de conciencia y programar nuestras actividades, nunca debería faltar una mirada a cómo gastamos y distribuimos el tiempo cada jornada y en cada ocasión. ¿Somos realmente dueños de nuestro tiempo? ¿Caminamos a través del tiempo o es el tiempo el que pasa por nuestra vida y nos arrastra? ¿Aprovechamos o perdemos el tiempo? ¿Distribuimos nuestro tiempo de acuerdo a las prioridades más importantes de nuestra vida o según otros criterios? ¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir? ¿Hay en nuestra vida tiempo para Dios o solamente para el trabajo y la diversión? ¿Encontramos tiempo para descansar, leer, compartir?

Se acerca ya el “tiempo de Navidad”, en el que la Iglesia contempla y celebra el misterio de la Encarnación, el misterio por el que Dios eterno entra en el tiempo y comparte la historia con los seres humanos, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna.

Un misterio realizado en María y aceptado y cuidado por José, que con Jesús forman la Sagrada familia de Nazareth. Navidad es una fiesta familiar, no sólo por la cercanía de seres queridos, los regalos y las celebraciones en los hogares, sino sobre todo porque nos revela el valor de la familia y su importancia trascendental en el plan de

Dios. La vida nace y crece adecuadamente en el seno de la familia, la fe se vive y se transmite privilegiadamente en la familia, el Salvador nace en una familia, la familia es la pequeña Iglesia doméstica, y la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios.

En la familia se vive la alegría del amor: celebremos en familia la Navidad, fortalezcamos nuestro amor en familia, oremos por las familias con dificultades, no juzguemos ni condenemos a las familias que no han podido vivir perfectamente el ideal cristiano y ayudémoslas a integrarse en la comunidad cristiana.

Y aprovechemos la oportunidad para renovar dos propósitos importantes en nuestra espiritualidad: reservar tiempo en cantidad y de calidad para nuestras relaciones familiares (pareja, hijos, parientes…); y también para servir y ayudar a los demás, especialmente a los que sufren y no encuentran quien gaste su tiempo en acompañarles y compartir con ellos.