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Espiritualidad para la post JMJ

Espiritualidad para la post JMJ

Después de haber vivido estos días tan agradables de la presencia del Señor en la JMJ en nuestra tierra panameña, y con todas sus bendiciones y tantas experiencias de Dios vividas en estos días, no nos queda más que decir “GRACIAS SEÑOR”. Hoy damos una mirada atrás para “recordar y agradecer”, para dar gracias a Dios y a toda la gente, tanto nacionales como visitantes extranjeros, tanto a la Iglesia como al Estado, GRACIAS. Somos “uno” y la obra de Dios la hacemos todos. Sin esta unidad, sin esta comunión, tanto en la prejornada como en el desarrollo de la misma, sería imposible la realización de la JMJ. Por eso hoy hacemos un “alto” para recordar y amar, recordar y agradecer. Iglesia y Estado: “Gracias”.

Espiritualidad de la gratitud.

Gratitud es el aroma de la memoria, el buen sabor de los acontecimientos vivi-dos, es el resultado de ver la gracia de Dios en las situaciones vividas. Al pasar la JMJ nos toca ahora mirar hacia el futuro “siendo el AHORA DE CRISTO” puesto en práctica desde el hoy de cada día, sabiéndonos y siendo de verdad “la juventud de Cristo, la juventud del Papa”. Esta es la moneda con la que hemos de pagar todo lo recibido en esta JMJ, y que no es poco, porque “Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125,3 ).

Agradecemos a Dios el abrirnos los ojos y despertar el corazón para ser testigos de la calidad humana que hay en la Iglesia, que ha mostrado tener la juventud, del potencial santo y santificador que hay en ellos como un tesoro a descubrir y a explotar para la salvación y felicidad del mundo.

La juventud ha mostrado la potencialidad orante que tienen, la gracia contemplativa que habita en ellos, la energía amorosa para la adoración, para la escucha, para compartir la amistad; se ha visto la energía para el compromiso y la creatividad que Dios tiene puesto en ellos. Este es el gran reto que hoy tenemos: ser el HOY DE CRISTO, y de la Iglesia en la realidad que nos rodea, ser el “regalo de Cristo”, el “ahora de Cristo”.

Un valor muy importante y que se manifestó en la JMJ ha sido la “unidad de la fe”, la comunión de la Iglesia, la pastoral participativa. Todos unidos en el Señor, y cada uno en donde la Providencia nos puso a servir: voluntarios, peregrinos, familias de acogida, vida consagrada y ministerial, servidores del Estado: tránsito, guardia civil, bomberos, cruz roja, hospitales, etc: “todos unidos en el Señor”. La espiritualidad de comunión manifestada en todo lo que se ha vivido.

¿Qué rescatamos hoy?

“La salvación que Dios nos regala es una invitación a ser parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir “sí” a nuestra vida, El siempre va primero, es el primero a decir sí a nuestra historia, y quiere que también digamos “sí” junto a Él. “Él siempre nos primerea”. Siempre está de primero, allí donde vamos, allí donde nos envía, en todo lo que vivimos. (P. Fco, en Vigilia).

La espiritualidad de la post-JMJ debe estar marcada por el camino de la experiencia del amor verdadero, del decir “sí” al Señor por amor, no por miedo, no por ley, sino por atracción amorosa del Señor. He aquí un segundo reto de la post-JMJ: el de “enseñar a amar el amor”; el de instruir a los jóvenes en la experiencia del amor de Dios, y del trato de unos con otros en el amor, así como las relaciones interpersonales, relaciones de amistad y de noviazgos en el amor limpio, libre, casto, honrado. Como lo ha señalado el Papa Francisco: jóvenes “enamórense”, que el amor lo conquistará todo, lo afecta todo”.

Aquí en Panorama les decimos: “jóvenes déjense enamorar por el amor de Dios”, no tengan miedo al amor de Dios y a amar como Dios ama, porque “eso que les enamore es lo que decidirá todo” en sus vidas (cf. Misa de envío), y además “sólo lo que se ama puede ser salvado, ser transformado”. Nos urge aprender a amar. Y para aprender la condición es “dejarse enseñar a amar”. Esto a la vez supone maestros que saben del amor de Dios, que viven el amor de Dios, que aman a partir de la experiencia del amor de Dios que tienen, que “no puedes enseñar a amar si no amas”, no puedes dar lo que no tienes.