Espiritualidad y liturgia

Espiritualidad y liturgia

Estamos a punto de finalizar el Año litúrgico de la Iglesia católica, que comienza el primer domingo de Adviento y finaliza con la Solemnidad de Cristo Rey. Durante él, la Iglesia distribuye como madre y maestra la celebración completa y en toda su riqueza de los aspectos más importantes del misterio de Cristo. Así no se olvida ninguno de ellos ni se queda ninguno sin celebrar.

Por supuesto, el centro y el corazón de todo el año litúrgico es el tiempo de PASCUA, la celebración de la muerte y resurrección salvadora del Señor, base de nuestra fe. Se prepara con la cuaresma, culmina su celebración dentro de la Semana santa con el triduo pascual (de jueves a domingo) y se continúa celebrando con gozo durante los 50 días del tiempo

 después durante todo el año esta

celebración pascual.

De forma semejante surgió desde los primeros siglos la celebración del tiempo de NAVIDAD. Preparada por el Adviento, la celebración de la venida del Señor culmina en la Nochebuena/Navidad, y se prolonga hasta la Epifanía o manifestación del Señor con la adoración de los magos.

El resto del año constituye el TIEMPO ORDINARIO de la liturgia, a través del cual no se celebra ningún momento especial de la vida del Señor, sino que se sigue profundizando en su enseñanza y su misterio.

No es preciso aclarar por eso que tiempo ordinario no significa tiempo vulgar y sin importancia. El ritmo ordinario de cada día es el que marca nuestra vida. El buen hijo no es el que sólo muestra cariño a su mamá el 8 de diciembre y el buen ciudadano no es el solamente participa en la organización de la vida social cuando hay elecciones o referéndum. Igualmente, el buen cristiano no el que solamente se acerca al Señor en Navidad o Pascua.

Es preciso entender y vivir así el sentido de la liturgia. La verdadera espiritualidad cristiana es una espiritualidad litúrgica, aprovecha toda la riqueza de las celebraciones de la Iglesia para alimentar y expresar su fe. Recordando siempre el misterio de la liturgia, su sentido pedagógico y su importancia.

La definición tradicional de la liturgia afirma que “es el ejercicio del sacerdocio de Cristo”. En el Antiguo Testamento había muchos sacerdotes que ofrecían muchos sacrificios. En el Nuevo Testamento –dice la Carta a los Hebreos- no hay más que un sacerdote, Jesucristo, que ofreció para siempre el único sacrificio que nos salva. Cuando yo rezo el rosario o hago una novena, soy yo el que rezo. Cuando celebro la Eucaristía o recibo un sacramento, es Cristo quien celebra, quien bautiza, quien perdona, quien bendice mi matrimonio…Este es el valor y el misterio de la liturgia, que me hace vivir en comunión

con el Señor y es fuente de toda mi vida cristiana.

Las lecturas litúrgicas están cuidadosamente programadas para que a lo largo de tres años (ciclos A, B y C) quien participa en la celebración eucarística escuche y medite todos los textos más significativos de la Sagrada Escritura. En el rezo del Oficio divino o Liturgia de las horas, el cristiano presta su voz a la oración de toda la Iglesia y se apropia del contenido de los salmos y demás oraciones. Siguiendo el calendario litúrgico es posible enriquecer la fe en la contemplación de todo el misterio de la salvación, sin olvidar ninguno de

sus aspectos importantes.

Algo que no hace realidad quien, al margen de la liturgia, guía su espiritualidad por otros caminos: no sé qué oraciones o devociones “milagrosas”, no sé qué supuestos mensajes o revelaciones, empeñarse en orar al Divino Niño el viernes santo o hacer el viacrucis en nochebuena, rezar el rosario mientras se lee la Palabra de Dios, ir a misa solamente en los funerales o las fiestas patronales pero no celebrar el domingo como día del Señor…

La liturgia es fundamental para la educación en la fe y la formación cristiana.

La catequesis debe ayudar a creer (doctrina), a vivir (moral) a celebrar (liturgia), a compartir (compromiso social).

La mejor forma de formarse y crecer en la espiritualidad cristiana, de ser discípulos misioneros, es el famoso ver-juzgar- actuar: partir de conocimiento de la realidad y conocer sus luces y sombras, iluminar desde la Palabra y la fe esa situación, hacer y programar lo necesario para transformarla según el Reino de Dios. Y además, inseparablemente, evaluar y celebrar: revisar lo realizado y agradecer con alegría los buenos resultados de nuestras acciones reconociendo que son fruto de la gracia de Dios.

Para todo ello, para nuestra vida y nuestra espiritualidad, es importante la liturgia; todo ello en cambio se empobrece al margen de la liturgia.