Hacer memoria de dramas del pasado

Hacer memoria de dramas del pasado

A pesar de las dificultades, incluso de gobiernos que acallan algunos de esos dramas cuando son recordados, hace falta emprender estudios serios, desde la verdad y la justicia.

P. Fernando Pascual

A través de libros, revistas, programas televisivos, páginas de Internet, congresos, celebraciones a diversos niveles, la humanidad recuerda dramas del pasado.

Genocidios, guerras, masacres, esclavitud, hambres provocadas: toda una serie de tragedias en las que sufrieron y murieron millones de víctimas.

Hacer memoria de esos dramas es una tarea difícil. Primero, porque no siempre resulta fácil alcanzar una adecuada comprensión de los hechos y de las responsabilidades. Segundo, porque hay dramas todavía poco conocidos, si es que no son sistemáticamente ocultados o manipulados.

Por eso, todavía encontramos hoy enumeraciones de esos dramas donde sorprende que se dé un relieve (merecido, ciertamente) a algunos de ellos, mientras se guarda un extraño silencio sobre otros, algunos de ellos más desastrosos que dramas recordados con frecuencia.

A pesar de las dificultades, a pesar incluso de gobiernos que sistemáticamente acallan algunos de esos dramas o protestan enérgicamente cuando son recordados, hace falta emprender estudios serios, desde la verdad y la justicia, para recordar a tantas víctimas inocentes.

El recuerdo, desde luego, nunca será suficiente para curar los daños provocados.

El recuerdo, desde luego, nunca será suficiente para curar los daños provocados. Ni siquiera los estudios mejor orientados y más serios son capaces de promover un justo reconocimiento de la dignidad de quienes murieron bajo bombas arrojadas sobre civiles, o en campos de concentración de banderas opuestas, o en hambrunas provocadas con excusas absurdas.

Pero al menos una memoria de esos dramas nos permite abrir los ojos a las terribles potencialidades de mal presentes en cada corazón humano, y a la urgente tarea para evitar que tragedias parecidas puedan volver a repetirse.

Luego, desde esa memoria, el corazón podrá elevar a Dios una oración sencilla, confiada, por el eterno descanso de las víctimas, las conocidas y las desconocidas (seguramente mucho más numerosas las segundas que las primeras), y por la conversión de los verdugos.

A Dios, que es plenamente Justo, encomendamos a quienes padecieron en el pasado, y padecen en el presente, por tantos dramas ocasionados por el ser humano. Estamos seguros de que en el corazón del Padre de las misericordias todos podremos encontrar consuelo, paz, y una salvación que va mucho más lejos que los libros de historia, los aniversarios o los pobres y frágiles recuerdos humanos.