Un indígena ngöbe buglé, un médico veragüense y un migrante venezolano, comparten una misma misión como padres de familia: asegurar un futuro mejor para sus hijos, demostrando que el amor trasciende fronteras y contextos.
Por Marianne Colmenárez
El Día del Padre es una fecha que se celebra en casi todo el mundo, se honra el amor, la dedicación y esfuerzo de los papás por criar a sus hijos. En palabras del papa Francisco, «ser buen padre significa ofrecer todo sin reservarse nada; asegurar protección sin sofocar; perdonar sin pedir nada a cambio…”.
En esta edición se comparten historias de tres padres que, a pesar de provenir de realidades totalmente diferentes, han luchado incansablemente para asegurar el bienestar de sus familias.
Rompiendo el molde del pasado
«Yo no tuve infancia», afirma Víctor Montezuma García de 50 años de edad. Sus primeros años de vida los pasó en la comarca Ngäbe-Buglé, en un ambiente de maltrato y falta de buenos ejemplos.
“Mi padre descargaba su ira conmigo, propinándome palizas muy fuertes. Mi madre, aunque lo veía, no me defendía. Simplemente me entregó a los cuidados de mi abuela materna, donde la historia de maltrato no cambió mucho”, relató.
“Viví solo con ella en una montaña, me pegaba con ortiga en la cara sin ninguna razón, la cara se me inflamaba”, expresó Víctor.
Luego lo entregaron a los cuidados de un hermano por parte de padre. Este, además de ponerlo a estudiar abusó en castigos; con tan solo siete años tenía que limpiarle la casa, cocinar, lavar y ordenar.
Teniendo solo nueve años de edad, tomó la decisión de escapar, de madrugada tomó un bus sin saber a donde iría. Llegó a Boquete, allí consiguió trabajo en una finca en la que le permitieron vivir, comer y ganar dos dólares por semana.
Viviendo como nómada, continuó sus estudios, entró al internado de Fe y Alegría ubicado en San Félix y culminó su bachillerato en el colegio José Antonio Remón Cantera, mientras vivía en la sede de Cáritas Panamá, gracias al apoyo del sacerdote Jorge Sarsaneda.
“Cuando decidí hacer familia con Luz Irene, supe que quería algo diferente para los hijos que tuviéramos. Mis cinco muchachos han crecido en un hogar lleno de respeto, amor y disciplina, y yo no guardo rencor”, aseguró.

“He trabajado duro, en la construcción, cargando sacos en el Mercado de Abastos y desde hace doce años como conductor en Metrobus. Luego de vivir en un cuarto, en el que estábamos hacinados y en una zona muy peligrosa, logré con esfuerzo comprar esta casa”, destacó.
Ahora sus tres hijos mayores están laborando, su hijo Víctor trabaja en el Aeropuerto de Tocumen, Argelis y Jenny esperando sus títulos como profesionales y los dos pequeños, Sara y Jorge aún están en la escuela.
Los consejos y las conversaciones han sido fundamentales. “He sido cariñoso, pero también exigente, deseo verlos preparados para la vida”, acotó.
Un padre de inquebrantable espíritu
El doctor Doménico Melillo ha sido una figura destacada en el campo de la medicina, en especial su dedicación y liderazgo en la lucha contra el cáncer. Ha trabajado incansablemente desde Santiago de Veraguas para ofrecer esperanza y curación a innumerables pacientes.
Como presidente de la Asociación Nacional contra el Cáncer (ANCEC) y miembro de diferentes organizaciones civiles, ha sido una fuente de inspiración para colegas, pacientes, pero sobre todo para sus tres hijas: Verónica, Valeria y Giovanna, a quienes describe como “tres bellas mujeres, una es más buena que la otra”, afirmó.
Doménico tiene 69 años, es hijo de migrantes italianos. Hace exactamente 40 años se casó con su mejor amiga, Mariela Vejas a quien conoció en la ciudad de Panamá, mientras estudiaba secundaria.

Doménico se graduó en la Facultad de Medicina de la Universidad de Bologna (Italia), en el año 1980, y luego en Costa Rica realizó la especialización en Ginecología y Obstetricia.
“En San José de Costa Rica nos casamos y allí nació nuestra primera hija”, expresó el doctor Melillo.
Regresaron a Santiago para comenzar a construir esa familia que hoy disfruta al máximo.
“Sabía que además de los compromisos laborales, la lucha contra el cáncer, tenía que ser un buen papá. Casi no contaba con horas para compartir en familia, en varias ocasiones compartimos de madrugada y les decía: yo sé que esto no es normal para otras personas, pero ustedes están disfrutando con sus padres en el momento que podíamos estar”, expresó.
Sus hijas fueron comprensivas, aprendieron a relacionar el amor por la vida, los valores y la responsabilidad que tenía su padre, cuando se les quitaba su tiempo. “Para compensar ese tiempo, nos íbamos un mes entero de vacaciones, fueron momentos realmente hermosos”, destacó.
Para el doctor Doménico, la verdadera paternidad va más allá de las provisiones materiales. “Se trata de educar, amar y guiar a nuestros hijos, demostrando que el tiempo y el diálogo son esenciales”.
Vive y agradece cada día
El doctor Melillo comenzó su lucha personal contra un cáncer de páncreas que le fue detectado en plena pandemia. Enfrentar su propia enfermedad le ha llevado a una reflexión aún más profunda sobre el significado de la vida y la paternidad.
“Hace un año, luego de doce quimioterapias estuve muy grave, me sacaron de cuidados intensivos, me habían dado de alta hacia el otro mundo. Mi familia me llenó de amor, de oraciones y hasta se habían despedido”, describió con voz entrecortada.

Ante el asombro de sus médicos tratantes y familiares, recobró la conciencia y su salud, levantándose como Lázaro para continuar viendo al máximo cada día.
“Nunca imaginé que Dios me fuera regalar tantas vivencias en este tiempo. El sueño de hace 25 años se viene alcanzando; la construcción del edificio de la ANCEC Santiago, la apertura de la Unidad Red Oncológica Regional y otras obras que nos llena de gran satisfacción,” resaltó.
El doctor Doménico desea que sus hijas, sobrinos y nietos le recuerden con valores, que luchó contra el cáncer, no solo padeciéndolo, sino haciendo tantas obras a través de los voluntariados.
Víctor, Doménico y Vilfredo son esos papás que han enfrentado desafíos únicos, buscando oportunidades y seguridad para su núcleo familiar.
En busca de un futuro mejor
Vilfredo Toro es un padre venezolano que, impulsado por el deseo de proteger a sus hijos, atravesó la peligrosa selva del Darién a sus 58 años de edad.
Según relata, en diciembre del 2023, Vilfredo se vio obligado a huir de Venezuela con su familia hacia Colombia. Por haber denunciado a unos militares que cometían actos de corrupción comercializando bolsas de alimentos destinadas para el pueblo, se vieron amenazados de muerte.
“No fue una decisión fácil”, confiesa Vilfredo. El grupo familiar se dividió, su esposa Yulmari quedó en Colombia con el hijo menor. Visualizando un mejor futuro para ellos, emprendió con el mayor de sus muchachos la travesía hacia los Estados Unidos.

“La selva no perdona” relata. “Sentí temor, vimos muchos cadáveres, hay momentos en los que uno se siente al borde de la desesperación por el hambre, el cansancio; pero cada paso que daba era por mi familia. Mi hijo me daba mucho ánimo para seguir”.
Al salir de la selva su estado de salud se vio comprometido, se sentía débil como consecuencia de las altas fiebres y diarreas constantes. Pudieron llegar hasta Costa Rica, cuando decidieron desistir del sueño americano.
Vilfredo y su hijo Wuilker de 22 años se hospedan temporalmente en el Hogar Luisa; aunque no tienen muy claro cuál será el país destino para reagrupar a la familia, siguen por el momento en Panamá, trabajando de manera informal para sobrevivir y protegiéndose uno al otro ante cualquier adversidad.
“Yo siempre he trabajado para que no les faltara comida ni educación, muchas veces preferí que comieran bien los niños y nosotros nos ajustábamos con lo que quedaba”, afirmó.
Al igual que cuando sus tres hijos eran pequeños, este padre de familia sigue rogando a Dios por la oportunidad de ver a los dos menores convertidos en profesionales. Ambos dejaron la carrera de ingeniería civil sin terminar. Su hija mayor, Zoriberth, se casó y vive en Brasil.