Jesús no nos está pidiendo ser el ÚNICO - en nuestras vidas, sino el – PRIMERO, Monseñor Ulloa.

Jesús no nos está pidiendo ser el ÚNICO - en nuestras vidas, sino el – PRIMERO, Monseñor Ulloa.

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El Arzobispo de Panamá, Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, celebró la misa desde la Capilla del Seminario Mayor San José, y empezó su homilía advirtiendo que el evangelio de hoy es uno de los pasajes más difíciles de entender, pero lo cierto es que se centra en el amor. 

Monseñor Ulloa explicó, que el Evangelio nos menciona claramente que Jesús estaba dando instrucciones, y no era al público en general, les hablaba a quienes le correspondía llevar su mensaje a todos los pueblos: sus discípulos. 

Reiteró que el núcleo del mensaje es  amor, lo que Jesús está diciendo es que si colocamos cualquier amor por encima del que le mostramos a Él, no somos dignos de su amor, y no es que Jesús esté teniendo un desplante de celos, más bien está mostrándonos la verdadera jerarquía del amor. 

Es esta, también, la experiencia del pueblo de Israel: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Primero amar a Dios; es desde ahí que saldrán y se ordenarán los demás amores de nuestra vida.

Después de entender la radicalidad del amor al que Jesús nos llama, que fue bien entendida por San Pablo cuando afirmó: “Nada ni nadie nos separará del amor de Dios en Cristo Jesús”. Así pues, el Arzobispo invitó a meditar qué tanto le concedemos a Dios su puesto, qué tanto has dejado permear su amor en toda tu vida.

Con la certeza de pastor que guía a su rebaño, Monseñor Ulloa advirtió que cuando dejamos que sea la fe y la búsqueda de la voluntad de Dios sean las que marquen nuestro camino, seguro experimentaremos la guerra, incluso en nuestro interior. 

“Una batalla entre nuestra mundanidad práctica, tranquila y egoísta, y la fidelidad a una llamada interior que no se conforma, que anhela la Verdad y la coherencia”, indicó, comentando además que es esa la guerra que provoca Jesús, una guerra donde los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. 

Aseguró que precisamente ese encuentro con Jesús, con su Palabra, cada día, pone patas arriba nuestra comodidad, nuestro letargo y nos hace enfrentar batalla con nuestras propias mundanidades asumidas.

“Y, también, este primer lugar que reclama Jesús nos puede enfrentar en nuestras relaciones”, dijo el Arzobispo y siguió explicando, que no se trata aquí de un descartar entre lo que amamos y lo que odiamos, él no nos está pidiendo ser el ÚNICO – en nuestras vidas, sino el – PRIMERO. 

Para continuar explicando el evangelio que al principio había difícil de entender, Monseñor Ulloa citó a San Agustín que refirió a María en su relación con Jesús, su hijo, para aplicarlo a cada uno de nosotros en nuestras relaciones humanas: “Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre”.

Asimismo, dijo que ciertamente los lazos de la fe sostienen nuestras relaciones con mucha más fuerza, profundidad y solidez que cualquier vínculo meramente humano, pero en este hacer de Jesús, el centro de nuestra vida no desaparece el resto de las realidades de las que él supo disfrutar y de las que nosotros también estamos llamados a gozar, sino que se resitúan correctamente en función de este orden de prioridades. 

Al final dejó tres preguntas: ¿Cuál es el orden de tus prioridades? ¿En función de qué se ordenan tus decisiones y tus relaciones? ¿Quién o qué ocupa el primer lugar? Toca a cada uno responderlas. 

A continuación, el texto completo de la Homilía de Monseñor Ulloa desde la capilla del Seminario Mayor San José.

Lunes 13 de julio XV

Creo que este es uno de los pasajes más difíciles de entender ¿Jesús hablándonos de enfrentamiento con mis hermanos? ¿Cómo interpretarlo? Sugiero que comencemos al revés, es decir, por el final.

 El Evangelio nos menciona claramente que Jesús estaba dando instrucciones a sus discípulos.

No estaba hablando a un público en general. Estaba, más bien, formando a aquellos a quienes correspondería llevar su mensaje por todos los pueblos.

¿Y qué les decía? «Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado».

Esto es: ninguno de los apóstoles será acogido por ser el más apto, o el más astuto, o el más inteligente. No.

Todo cuanto reciban les vendrá por el hecho de anunciar a Cristo, del mismo modo que Cristo es quien es porque nos anuncia al Padre, que lo envió.

Hay aquí un elemento de lealtad que vale la pena profundizar en nuestra oración. Lo que vemos es, en la práctica, la nueva alianza que Dios establece con los hombres, en su Hijo.

Llegamos, después, al núcleo del mensaje, es decir, al centro del amor. Lo que Jesús está diciendo es que si colocamos cualquier amor por encima del que le mostramos a Él, no somos dignos de su amor.

No es simplemente que Jesús esté teniendo un desplante de celos. Antes bien, está mostrándonos la verdadera jerarquía del amor. Es esta también la experiencia del pueblo de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Primero amar a Dios; es desde ahí que saldrán y se ordenarán los demás amores de nuestra vida.

Y ahora la parte final, que no parece tan dura después de entender la radicalidad del amor al que Jesús nos llama.

Pues, en efecto, la guerra se da cuando los hombres amamos nuestros ídolos, sean cuales sean. Cuando olvidamos que a Dios le corresponde ocupar su trono en nuestra vida, es inevitable que enfrentemos dificultades. San Pablo interpretó muy bien esto cuando afirmó: «Nada ni nadie nos separará del amor de Dios en Cristo Jesús». Así pues, medita qué tanto le concedes a Dios su puesto, qué tanto has dejado permear su amor en toda tu vida.

«Pero Jesús nos recuerda que su vía es la vía del amor, y no existe el verdadero amor sin sacrificio de sí mismo. Estamos llamados a no dejarnos absorber por la visión de este mundo, sino a ser cada vez más conscientes de la necesidad y de la fatiga para nosotros cristianos de caminar siempre a contracorriente y cuesta arriba. Jesús completa su propuesta con palabras que expresan una gran sabiduría siempre válida, porque desafían la mentalidad y los comportamientos egocéntricos. Él exhorta: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. En esta paradoja está contenida la regla de oro que Dios ha inscrito en la naturaleza humana creada en Cristo: la regla de que solo el amor da sentido y felicidad a la vida.». (Ángelus de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2017).

Por eso, aquel que se hace discípulo suyo, aquel que se encuentra verdadera y existencialmente con él se siente irremediablemente urgido a hacer de él el centro, medida y razón de todo lo demás, también de sus relaciones, complicándose muchas veces la existencia, al menos a los ojos del mundo.

Cuando dejamos que sea la fe y la búsqueda de la voluntad de Dios las que marquen nuestro camino, muchas veces experimentamos la guerra, incluso en nuestro interior.

Una batalla entre nuestra mundanidad práctica, tranquila y egoísta, y la fidelidad a una llamada interior que no se conforma, que anhela la Verdad y la coherencia.

 Es esa la guerra que provoca Jesús. Una guerra donde los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

El encuentro con Jesús, con su Palabra, cada día, pone patas arriba nuestra comodidad, nuestro letargo y nos hace enfrentar batalla con nuestras propias mundanidades asumidas.

Y, también, este primer lugar que reclama Jesús nos puede enfrentar en nuestras relaciones.

No porque él desprecie la unidad familiar o los lazos humanos. No se trata aquí de un descartar entre lo que amamos y lo que odiamos, él no nos está pidiendo ser el UNICO – en nuestras vidas, sino el – PRIMERO.

Es un poner de manifiesto lo que en nuestra vida ocupa el primer puesto, y resituar desde ahí lo que es secundario o, mejor dicho, lo que está en función de esa prioridad. Se trata de un orden distinto y más profundo de enfocar los vínculos humanos.

En su propio recorrido biográfico Jesús vivió esta pertenencia a Dios sin despreciar a quienes eran sus padres.

Al ser hallado en el templo, siendo un adolescente, ya les recuerda: «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» y, aún más, a la mujer espontánea que bendice a María por su maternidad biológica, Jesús especifica: «Dichosos más bien lo que oyen la Palabra de Dios y la guardan».

Los lazos de la carne son muchas veces débiles e insuficientes. Lo hemos comprobado con frecuencia. Compartir genes o caracteres no basta para conservar la paz y la unidad entre los miembros de una familia o sociedad.

Lo que San Agustín refirió a María en su relación con Jesús, su hijo, se puede aplicar a cada uno de nosotros en nuestras relaciones humanas: Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre.

Los lazos de la fe sostienen nuestras relaciones con mucha más fuerza, profundidad y solidez que cualquier vínculo meramente humano. Y así como es particularmente dolorosa la soledad de quien se siente incomprendido por sus familiares en la vivencia de su fe, así es especialmente fuerte y poderosa la comunión que se da cuando compartimos la fe y la misma búsqueda de la voluntad de Dios, la misma condición de discípulos, con quienes ya compartíamos el ADN, el carácter, las aficiones, preocupaciones o gustos.

En este hacer de Jesús, el centro de nuestra vida, no desaparecen el resto de las realidades de las que él supo disfrutar y de las que nosotros también estamos llamados a gozar, sino que se resitúan correctamente en función de este orden de prioridades.

Esta es la cruz que nos invita a cargar: la soledad e incomprensión que se derivan de la opción por la coherencia y radicalidad.

En esto consiste el hacerse digno de Él: en la audacia que rompe con las medias tintas y se atreve a optar por él.

Porque la tentación es no llegar a elegir nunca nada ni a nadie para mantener abiertas todas las posibilidades indefinidamente. Ese es el querer “guardar la vida”, sin arriesgar, sin optar, ni decidir. Pero quien la pierda por él, quien no le anteponga nada a Cristo, aun a riesgo de complicarse la existencia, la encontrará.

¿Cuál es el orden de tus prioridades? ¿En función de qué se ordenan tus decisiones y tus relaciones? ¿Quién o qué ocupa el primer lugar?

PANAMÁ, acatemos las normas que nuestras autoridades han implementado. Por ti, por los tuyos, por Panamá -Quédate en casa.

† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.

ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ