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Jesús, ¿Quién eres tú?

Jesús, ¿Quién eres tú?

La Transfiguración del Señor, en el Monte Tabor, será el preludio de otra en el Calvario.

 

Por Mons. Oscar Mario Brown

La pregunta precedente explica la razón de ser de nuestros evangelios.  Todos son un intento por responderla, aunque sólo Juan lo afirme explícitamente, diciendo que “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:30).

Los otros evangelistas concluyen sus exposiciones con el envío a anunciar el Evangelio de Jesucristo.  Y los mismos evangelios están atravesados por la pregunta cristológica: ¿Quién es este que hasta el viento, el mar, y los espíritus impuros le obedecen?

Cuando san Juan Pablo II tuvo la idea de ofrecernos los misterios de la luz, eligió cinco episodios de la vida del Señor, como ejemplos de la presencia de Dios en la vida de Jesucristo.  Así como escogió esos, pudo seleccionar otros, pues toda la vida humana del Señor es una teofanía.

La transfiguración del Señor es un misterio de luz, que se ubica en la misma línea del bautismo del Señor, como una teofanía que debe ilustrar a otros sobre la trascendencia salvífica del misterio de Cristo.

En el bautismo se escucha una voz venida del cielo que anuncia:” este es mi Hijo amado en quien me complazco” (Mt.3:17), palabras que anuncian a Jesús como el verdadero siervo anunciado por Isaías, “ungido con el Espíritu de Dios, y destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, y de la cárcel a los que viven en tinieblas” (Is.42:1-7).

La Transfiguración presupone el diálogo en Cesárea de Filipos, sobre la identidad de Jesús y el primer anuncio del Misterio Pascual del Señor.

 

 La Transfiguración del Señor en el Monte Tabor, será el preludio de otra, en el Calvario, para beneficio de Pedro, Santiago, Juan, el resto de los apóstoles y todos nosotros, hombres y mujeres ávidos de glorias humanas.

 

En el Tabor, se mostrará la gloria de Dios, en hebreo, su “Kabod”, su peso, su potencia, su gloria o esplendor, cuando se proyectan hacia el exterior, como entonces, en el rostro del Señor, brillante como el sol, y en sus vestidos, blancos, como la luz.  A este fenómeno, los griegos le llaman “Doxa”.  La experiencia se ha ofrecido para que los videntes acepten sin reticencias al Mesías de Dios, que muestra su gloria, su íntima realidad, de esta manera.  Pero esta teofanía nos quiere preparar para otra más profunda que tendrá lugar en el Calvario.

Allí, la gloria de Dios no se va a manifestar en el rostro y el vestido transfigurados del Señor, sino en el rostro desfigurado del Siervo de Dios, obediente hasta la muerte de cruz, y en su santo cuerpo desnudo, clavado en una cruz y coronado de espinas (Is.52:13- 53:12).

Jesús ¿Quién eres Tú?  Insistimos en la pregunta, y el Señor de la Gloria nos responde: “Yo soy el infinitamente rico, que se hizo pobre para enriquecerte a ti; el que abrazó la ignominia de la cruz para enaltecerte a ti; soy la Verdad que conduce a la gloria que nunca acaba. ¡Ven y sígueme!