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Por Jesús, todas las razas y naciones somos hermanas

Por Jesús, todas las razas y  naciones somos hermanas

El encuentro con Cristo, Hijo del Padre y nacido de la Virgen María, produce gran alegría. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona y la alegría que produce este encuentro es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. Desde hace tiempo, nuestra Iglesia Arquidiocesana ha querido subrayar que somos una Iglesia que camina en la esperanza.
La nueva evangelización requiere una fe renovada de todos los cristianos, capaz de anunciar el Evangelio en la cultura actual, que vive sin esperanza, y de ser luz y sal para la sociedad panameña de hoy, pero nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro personal con Jesucristo, que da un nuevo sentido a nuestra vida” (DA 12).
Todos los fieles, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tenemos la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio. Es en la evangelización donde se concentra el mandato de Jesucristo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc. 16, 15). Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; más precisamente, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos y vivida en la caridad. Cada discípulo es llamado en primera persona para ser misionero y testigo de la Resurrección; ningún discípulo puede dejar de dar su propia respuesta al Señor.