La comunidad acompaña al catequista en su misión

La comunidad acompaña al catequista en su misión

Todos los catequistas han de aprender a vivir y servir en comunidad. Encontramos el modelo de esta vivencia comunitaria en las primitivas comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47), que supieron ir buscando nuevas formas para evangelizar de acuerdo con las culturas y las circunstancias (DA 369). La vida de una pequeña comunidad lleva al cristiano a madurar en su vida de fe, por ello la necesidad de que el catequista pueda vivir esta experiencia con los mismos compañeros catequistas, no solo de su área, o nivel, sino de su comunidad parroquial y diocesana.

Su madurez de fe lo lleva a creer, vivir, celebrar y anunciar lo que la comunidad eclesial cree, vive, celebra y anuncia. Por medio de su vida de comunidad, se torna favorable la oportunidad de un auténtico encuentro con Cristo.

El catequista vive su espiritualidad especialmente en el grupo, que es lugar e instrumento de educación a la vida eclesial, el cual le ofrece la posibilidad de comunión, diálogo, de relación sincera con el otro, reconociéndose de este modo miembro de la Iglesia, del Cuerpo místico de Cristo. Por esta razón todo catequista encuentra a María Santísima en la comunidad, ella es ejemplo de sacrificio, amor y servicio, y camina junto a él, para confortarlo y conducirlo hasta la plenitud de Aquel que es “camino, verdad y vida”. La vida sacramental, de oración y celebración en comunidad, ayuda a descubrir todo el significado de su vida de fe, y del ministerio en el que sirve, con esta práctica su conversión se realiza, teniendo una conducta de vida según el Evangelio, tratando de asegurar la fidelidad a la vocación cristiana en el mundo, siendo reflejo de su vida profesional y social.