La Cuaresma y el Bautismo

La Cuaresma y el Bautismo

La Cuaresma es un tiempo para renovar nuestro bautismo. Sin embargo, estamos muy lejos de conceder la adecuada importancia al bautismo como nuevo nacimiento en Cristo.

P. Miguel Ángel Keller, osa

Un año más, estamos en el tiempo litúrgico de “Cuaresma”. Si preguntásemos a los fieles qué significa esa palabra, muchos contestarían acertadamente que cuarenta días. Y si continuásemos preguntando qué tiene que hacer el cristiano durante este tiempo, recibiríamos igualmente otras muchas respuestas acertadas: vencer las tentaciones, rezar, ayunar, dar limosnas, convertirnos y confesarnos… Pero seguramente serían pocos los que respondieran “prepararnos para celebrar la Pascua” y menos aún los que afirmasen que “la Cuaresma es un tiempo para renovar nuestro bautismo” …

Y, sin embargo, ese es el significado más profundo de la Cuaresma y de su exigencia de conversión. De hecho, históricamente, la cuaresma nació como preparación para la gran celebración de la Vigilia Pascual. Y muy especialmente para los catecúmenos que iban a recibir el sacramento del bautismo la noche de Pascua, el único día en el que, durante los primeros siglos del cristianismo, se bautizaba a quienes (normalmente adultos) se habían preparado para ello durante un largo tiempo (años) de catequesis, penitencias y buenas obras. Era el llamado catecumenado, que culminaba precisamente en la Cuaresma.

Hoy, los bautismos en la Vigilia Pascual y la renovación de las promesas bautismales por todos los que participan en ella nos recuerdan este origen bautismal de la Cuaresma.     Por eso, estamos invitados así a profundizar en el significado de la Cuaresma como tiempo de conversión para renovar y vivir nuestro bautismo. Un aspecto muy importante de la espiritualidad cuaresmal que no podemos olvidar.       

Un sacramento popular, pero devaluado

MÁS QUE SOCIAL. Nos compete iluminar la vida y la fe de nuestros hijos para que el bautismo sea mucho más que una etiqueta.

¿Quién de nosotros celebra o recuerda al menos el día de su bautismo? Y, si no lo hacemos, como sí ocurre en cambio con el día de nuestro cumpleaños, ¿a qué se debe? ¿No será que, mientras valoramos y agradecemos como es justo el nacimiento a la vida física, estamos muy lejos de conceder la adecuada importancia al bautismo como nuevo nacimiento en Cristo?

Tenemos que reconocer entonces que el bautismo es un sacramento popular, pero devaluado. Es decir, solicitado y recibido todavía por una gran cantidad de familias y personas –en los países de tradición cristiana, por supuesto- pero al mismo tiempo devaluado en su importancia, empobrecido en su significado, y, lo que es peor todavía, sin demasiada incidencia práctica en la vida de los mismos bautizados.

Lo que equivale a decir que, en realidad, desconocemos e ignoramos el verdadero sentido del bautismo, reducido con frecuencia -según los diversos lugares- a una simple costumbre sociocultural, a una ocasión de fiesta familiar, a un rito religioso ligado incluso a temores supersticiosos, o en el mejor de los casos a una práctica católica que se debe cumplir y se hace así para quedar tranquilos de una vez para siempre. 

Las razones de esta situación son múltiples y no es fácil analizarlas con brevedad. Históricamente, ha influido desde luego la desaparición del catecumenado (proceso serio y prolongado de preparación para el bautismo de adultos) y la generalización del bautismo de niños. Culturalmente, la ignorancia religiosa, la mezcla de la religiosidad popular con la superstición, y la secularización de la sociedad. Pastoralmente, el descuido de la evangelización y la catequesis a favor de una “sacramentalización”, con frecuencia improvisada. Personalmente –y aquí cada uno tenemos que hacer nuestro examen de conciencia- la superficialidad y la incoherencia.

El resultado es la trivialización del bautismo y la existencia de un importante número de bautizados-no evangelizados, bautizados-no practicantes, e incluso bautizados-no creyentes, que comprometen la honestidad de las personas, la credibilidad de la Iglesia y la posibilidad del cumplimiento de su misión en el mundo.

Aún dando por supuesto que bautizados-no coherentes somos todos, porque todos somos pecadores, y adelantando que la solución no es la propuesta simplista de acabar con el bautismo de los niños, sí vale la pena reaccionar contra la actual devaluación del bautismo, ayudar a los cristianos que luchan por descubrir y vivir todo su sentido y su riqueza, profundizar en el significado de este sacramento. Eso sería realmente convertirnos, y ¿qué mejor ocasión para todo ello que el tiempo de Cuaresma?