Finalizar la etapa escolar y graduarse del colegio significa el inicio de un nuevo camino para los jóvenes; un sentimiento que se fortalece si logra ingresar a la universidad. La idea de no ser tratado como un niño, sino como un adulto entusiasma a más de uno. Este cambio es un proceso complejo porque involucra decisiones a futuro.
Eso se agrega a la presión social que sienten los jóvenes por responder a las expectativas de su familia y del entorno. En algunos casos, incluso, son los padres los que inducen al hijo a tomar una decisión sobre qué carrera seguir, aunque ésta no tenga nada que ver con los intereses del alumno sino más bien con los sueños propios de papá.
Todas estas situaciones pueden llevar al joven a olvidarse de Dios, o a alejarse de él. El Padre Justo Rivas señala que éste es un cambio radical para el adolescente porque llega el momento en el que él tiene que hacerse responsable de sus actos.
Destaca que en el colegio tiene profesores, inspectores y los mismos padres que les cuidan los hábitos; pero cuando ya están en la universidad, todo cambia, tienen que ser más responsables, tener su propio régimen de estudios, levantarse a tomar su bus, no habrá nadie cuidando su vestimenta, ni su manera de hablar, ni de estudiar. Y en todo esto se necesita también de Dios, se necesita estar apegado a él.
El padre Justo afirma que en el colegio el joven hasta cierto punto sigue siendo un consentido de su entorno, y sí, aunque hay algunos a quienes les toca un poco más difícil, hay también una realidad, y es que en la universidad la vida agitada se incrementa, se lleva un ritmo más agotado, difícil, rápido, y en ese afán, uno se puede olvidar de Dios.
“Dios no es una herramienta, es una manera de vivir; Dios se hace vida en uno, es una manera de existir; el joven que tiene a Dios en su corazón puede aprender a hacer pausas en medio del mundo agitado de sus estudios y exigencias, de los tranques y la presión social”, dijo.