El jueves (o domingo) siguiente al domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia celebra la solemnidad del santísimo cuerpo y sangre de Cristo. Ese es su título completo, aunque solemos referirnos a ella utilizando su anterior nombre latino, “Corpus Christi”. Es interesante saber que su título más antiguo fue Festum Eucharistiae.
La fiesta de Corpus Christi tiene como propósito la meditación sobre el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo. Eso es lo que, celebramos en esta fiesta, profundizar nuestro aprecio de la Eucaristía.
Por tres meses no hemos podido recibir el sacramento debido al confinamiento. Hemos tenido que realizar la comunión espiritual. En un sentido estábamos cumpliendo el propósito de Corpus Christi.
Lo importante es preguntarnos ¿Cómo ha sido la experiencia? A lo mejor, no fue tan satisfactoria como recibiendo la hostia en la misa. Por eso vale la pena reflexionar sobre los elementos de la fiesta de Corpus Christi para mejorar la experiencia de la comunión. Sea la comunión espiritual o la comunión sacramental, deberíamos querer recibirla con mayor aprecio.
Por eso hemos de tener muy claro, la Madre Iglesia, aprovechando el confinamiento que vivimos, no nos ha “expulsado” de la comunión eucarística ni nos tiene que devolver nada. En el reciente Sínodo de Obispos, sobre la Amazonia, se escuchó la consigna según la cual sin sacerdotes no puede existir vida cristiana y que sin celebraciones de la Eucaristía no puede haber Iglesia.
Esta verdad a medias fue replicada por laicos, religiosos, sacerdotes y obispos amazónicos y hasta por el mismo Papa Francisco recalcando la necesidad de una predicación más intensa, de la enseñanza explícita del Evangelio y del anuncio del Kerygma. Así lo recuerda el Santo Padre: “En la Amazonia hay comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo” (Querida Amazonia, n.99).
La praxis misionera es elocuente en mostrarnos como, mediante estos presupuestos previos, es posible extender y robustecer la vida cristiana y la implantación de la Iglesia a la espera de recibir un día el don del ministerio ordenado y la vida sacramental. Precisamente porque la Iglesia es Cuerpo de Cristo, antes que cuerpo de los cristianos, la celebración de la Eucaristía no debería ser utilizada para confirmar la tesis ideológica de nadie.
Nuestras necesidades no correspondidas en tiempo de pandemia deberían, eso sí, excluir la justificación de la persecución.
El confinamiento que vivimos está rodeado de conexiones, materiales, charlas y posibilidades, un lujo inimaginable para los testigos de la fe encerrados en campos de concentración.
Hagámoslo, aunque sólo sea por respeto a los verdaderamente perseguidos de todos los tiempos. Así, cuando nos llegue el momento, sabremos emplearnos a fondo con auténtica sabiduría.
Seamos iglesia doméstica y entremos en la habitación interior del secreto del Padre. Exploremos todos los recursos de la vida cristiana para crecer en la fe aquilatada por la prueba.
Superemos la tristeza de la privación con un deseo más grande de vivir un día la plenitud de los Sacramentos y honremos a la Madre Iglesia que siempre quiere lo mejor para sus hijos. Esperando el día en que reanudaremos el culto -cumpliendo con las debidas cautelas- convenzámonos de que, en verdad, ni en pandemia, nada nos falta.
Y hoy, solemnidad del Corpus Christi, no olvidemos cantar … “Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí …Gloria a Cristo Jesús…”.
La Madre Teresa de Calcuta, hoy santa de la Iglesia Católica, decía a sus religiosas que deben tratar a los enfermos como el sacerdote trata a la hostia consagrada. Cuando adoro a Jesús en la Eucaristía veo a los pobres y cuando veo a los pobres veo a Jesús”. No hace falta amar a las personas por Cristo, sino que basta amar a Cristo en las personas.