El ritmo de vida que nos obliga llevar la sociedad actual no da tiempo para la meditación, la paciencia y mucho menos para el silencio, no sólo los ruidos típicos de la ciudad hacen mella en nuestros sentidos, también la cultura del litigio y la disputa hacen que el hablar sea sinónimo de gritar y callar reflejo de debilidad.
Las posturas encontradas convierten el día a día en un escenario de combate, donde el que no lucha muere y el que calla otorga, la radicalidad que conlleva el egoísmo hace impensable escuchar al otro, por ende, el silencio es visto como derrota.
Jesús al ser llevado ante Herodes toma una postura incomprensible para nuestra sociedad del Siglo XXI, guarda silencio, no responde ante las insinuaciones y provocaciones de su inquisidor, simplemente calla, no participa del juego hostil y burlesco de Herodes y su séquito, queda digno ante la palabrería abusiva, queda libre de la soberbia y el engaño, frente a Pilato no cambia postura, es coherente hasta el final, no cae en discusiones estériles, el silencio es su aliado, en el encuentra refugio y fuerza para lo que viene.
El silencio de Jesús no muestra debilidad, por el contrario, es sinónimo de gallardía, construir ideas en base al silencio y a la intervención oportuna brinda calidad a la postura defendida, en cambio el improperio y la verborrea sólo logran ahondar diferencias y miserias.
Imitar el silencio de Jesús resulta fundamental a la hora de defender una idea o postura, el enfrentamiento no es efectivo, sólo genera más discusiones, en cambio el silencio oportuno termina generando admiración y adhesión, es necesario recordar que aquél que se encuentra acostumbrado a hablar y hablar por lo general no dice nada, en cambio el dueño de la palabra precisa y certera termina diciendo mucho.