El Magisterio de la Iglesia se ha demostrado consciente del desarrollo de los instrumentos de la comunicación social y le ha dedicado muchas intervenciones y documentos, de forma que se puede hablar en cierto sentido de una doctrina de la Iglesia sobre las comunicaciones sociales.
Son numerosos los documentos de los Papas; el Concilio Vaticano II le dedica un Decreto (Inter mirifica), al que sigue la Instrucción pastoral de actuación (Communio et progressio, 1961). El Concilio como acontecimiento fue una gran ocasión para impulsar la comunicación entre la Iglesia y el mundo, y de él nacieron el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y la Oficina de Prensa de la Santa Sede como “puerta abierta” entre la Santa Sede y el mundo de las comunicaciones sociales.
Los documentos de la Iglesia ponen de relieve, con objetividad, los problemas relacionados con las comunicaciones sociales y con los riesgos y ambigüedades que conlleva su uso. No obstante, no se puede negar que en conjunto testimonian una perspectiva positiva – incluso diremos optimista- sobre el desarrollo de las comunicaciones sociales y sobre las posibilidades que ofrecen para poner en práctica la misión de la Iglesia. Los mismos títulos de los documentos suenan atractivos: Miranda prorsus (Los maravillosos progresos técnicos), Inter mirifica (Entre los maravillosos inventos de la técnica), Communio et progressio (La comunión y el progreso).
Creo que también nosotros debemos compartir esta actitud e intentar cultivarla. Por lo tanto, mi consejo es no tener una actitud temerosa o de prejuicio negativo hacia las comunicaciones sociales y sus agentes, sino hacer todo lo posible para aprovechar las posibilidades apostólicas del uso de los instrumentos de comunicación, en las dos direcciones principales para las que pueden servir: El anuncio del Evangelio y del mensaje de la Iglesia; y la construcción de la comunión y de la comunidad eclesial.