Este vínculo profundo no solo cambia la vida del misionero, sino que lo motiva a compartirlo con los demás.
Marco Enrique Salas
Poeta y teólogo/@soymarcosalas
En su reciente encíclica Dilexit Nos (Él nos ha amado), el papa Francisco escribe: «La misión, entendida desde la perspectiva de la irradiación del amor del Corazón de Cristo, exige misioneros enamorados, que se dejan cautivar todavía por Cristo y que inevitablemente transmiten ese amor que les ha cambiado la vida», (No. 209).
Estas palabras colocan el amor como el eje articulador de la misión. Así, la dinámica misionera puede comprenderse inicialmente bajo la pregunta: ¿Estoy aún cautivado por Jesús? ¿Por su proyecto del Reino? ¿Por su espiritualidad liberadora? ¿Por su insistencia en amar a todos?
Estar cautivado también implica una intimidad. Es precisamente en esa intimidad donde el misionero se siente constantemente tensionado y provocado por las palabras, acciones y misión de Jesús. Esta pregunta nunca se cierra, ya que ningún discípulo, ninguna misionera, ningún teólogo o religiosa puede agotar el amor con el que Jesús sostiene la vida, la misión y la opción por el Reino.
«Lo que hace brotar y sostener la misión no es el conocimiento técnico, sino el amor; un amor que cautiva y transforma».
Por otro lado, el punto de partida de la misión no es un conocimiento estrictamente técnico o teológico. Al contrario, lo que hace brotar y sostener la misión es el mismo amor, pues este es el mensaje que se comparte y transmite. Estar cautivado por Jesús lleva, inevitablemente, a querer compartir aquello que transforma la vida: ese amor que cautiva.
Más adelante, en el mismo numeral, el papa Francisco precisa las características del misionero o la misionera que vive esta experiencia.
El Obispo de Roma sostiene: «Entonces les duele perder el tiempo discutiendo cuestiones secundarias o imponiendo verdades y normas, porque su mayor preocupación es comunicar lo que ellos viven y, sobre todo, que los demás puedan percibir la bondad y la belleza del Amado a través de sus pobres intentos», (No. 209).
Esta es una hermosa manera de sintetizar lo que podría llamarse “misioneros con corazón” o “misioneros enamorados del Amor”.
En este tiempo, en el que la Iglesia ha renovado su impulso y conversión misionera a través del sínodo de la sinodalidad, parece fundamental precisar que la preocupación del misionero no es imponer verdades, discutir cuestiones secundarias o proponer un grupo de normas. Al contrario, lo que busca es comunicar un amor que transforma vidas mediante actos cotidianos.
A través de este testimonio, quienes lo reciben pueden encontrarse con el Amado.