La naturaleza no es infinita, sino que tiene límites

La naturaleza no es infinita, sino que tiene límites

La naturaleza tiene sus límites y puede que evolucione para bien o para mal nuestro, sino somos capaces de replantearnos el accionar que hoy tenemos. En este segundo tema de la revista “Por una Ecología Integral”, de la Campaña Cuaresmal compartiremos en nuestros encuentros vecinales esta reflexión… 

Reflexión 

En la edición pasada, se asumió la naturaleza como infinita, inagotable; y en con- secuencia el hombre, en busca de mayor bienestar y desde el poder que le confieren todas sus capacidades, se constituyó en depredador al no colocar límites y no medir las repercusiones de su intervención en ella. 

Sin embargo, en el transcurso del siglo pasado la humanidad ha tomado cada vez una mayor conciencia de que la naturaleza tiene límites. Nuestro paraíso es finito, está vivo y puede morir si no aprendemos a preservar y conservarlo. Podemos hacer uso de los recursos sin dañar, sin destruir. Para ello es necesario transformar nuestra concepción sobre el medio, asumir una actitud de humildad, de escucha de lo que la naturaleza nos dice con su lenguaje; cambiar la actitud de derroche y consumismo que hemos aprendido. 

En la mentalidad bíblica no se podía enajenar la tierra, ni agotarla o destruirla. “No venderán para siempre la tierra, porque la tierra es mía y ustedes son advenedizos y colonos míos,” dice Dios (Lev.25, 23). Cada siete años había que dejar descansar la tierra. La tierra es entregada a todos los seres humanos como fuente de alimento, puesta al servicio de la vida de todos. En la Sagrada Escritura la relación entre Dios y la tierra es tan estrecha que la ofensa a Yahvé y el pecado contra el hermano son presentados como profanación de la tierra (Lv.18, 25.27- 28; Núm.35, 33-34; Jer.2, 7; 3,2). 

Cuando la tierra y sus frutos son apropiados sólo por algunos en detrimento de otros, nos enfrentamos a una gravísima subversión del orden querido por el Creador y Padre de todos. La propiedad entendida como la entiende el sistema neoliberal, de manera absoluta e ilimitada, es un ídolo. Dice el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sí: “Si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.” (LS 78).
En esta misma línea apunta el Sínodo 

Amazónico: “Constatamos que la intervención del ser humano ha perdido su carácter “amigable”, para asumir una actitud voraz y predatoria que tiende a exprimir la realidad hasta la extenuación de todos los recursos naturales disponibles… Para contrarrestar esto es preciso buscar modelos económicos alternativos, más sostenibles, amigables con la naturaleza, con un sólido sustento espiritual. Por eso, junto con los pueblos amazónicos, solicitamos que los Estados dejen de considerar a la Amazonía como una despensa inagotable. 

Quisiéramos que desarrollen políticas de inversión que tengan como condición para toda intervención, el cumplimiento de elevados estándares sociales y medio ambientales y el principio fundamental de la preservación de la Amazonía.” (71).