Navidad en medio de la dificultad

Navidad en medio de la dificultad

La que llamamos la primera Navidad no estuvo exenta de dificultades. Basta dar un breve vistazo a la historia bíblica y veremos como el nacimiento de Jesús estuvo repletos de contratiempos.

Roquel Cádrdenas

Esta Navidad no es ni la primera ni será la última que se dé en medio de la dificultad. Hace 31 años en Panamá vivimos una Navidad en medio de la incertidumbre de una invasión militar.  El 20 diciembre de 1989 a pocos días de la Navidad fuimos testigos de ese acontecimiento histórico, que hizo que en muchos hogares de Panamá se viviera una Navidad diferente. Tres décadas después nos toca prepararnos para la Navidad en medio de una pandemia, con aumentos de casos, lamentables fallecimientos y rumores de otra posible cuarentena general, donde nos van a limitar nuestra movilidad.

La que llamamos la primera Navidad tampoco estuvo exenta de dificultades. Basta dar un breve vistazo a la historia bíblica y veremos como el nacimiento de Jesús estuvo repletos de contratiempos. Pero a pesar de ello no dejo de ser esperanzador para muchos. Tal vez, cuando escuchamos hablar de esperanza en medio de la dificultad algunos pueden verlo con disgusto. Esto se puede deber a que confundimos esperanza con prosperidad o con cumplimiento de deseos. Algunos pueden pensar que la esperanza consiste en pesar positivamente, que todo va a mejorar, o que mis anhelos personales se realizaran.

Esto es lo que hace un choque con nuestras concepciones y tal vez el lenguaje que usa la Iglesia para hablarnos en este tiempo en particular. Porque pensamos que la esperanza tiene que ver con mi estado de ánimo que me hace ver como posible lo que espero. Como se trata de estado de ánimo entonces mi esperanza es tan cambiante o voluble como mi carácter. Hoy me levanto bien, tengo esperanza, mañana me levanto triste, enojado o frustrado, entonces perdí la esperanza y debo recuperarla.

Nada más alejado de la verdad, la esperanza cristiana, la virtud teologal de la esperanza no depende de nuestros estados de ánimos ni siquiera de nuestras propias fuerzas. Es un don de Dios que no merecemos y que no podemos ganarnos, solo recibirlo con gratitud. Pero para recibirlo primero debemos reconocer que lo necesitamos y que no podemos dárnoslo a nosotros mismos. El primer paso para tener esperanza es precisamente reconocer nuestra impotencia, saber que, así como no nos dimos el ser a nosotros mismos, tampoco podemos realizarnos con plenitud solos.

La esperanza cristiana no depende de nuestros estados de ánimos ni de nuestras propias fuerzas.

El mayor destructor de esperanza es aquel que siembra en el corazón del hombre el deseo de independizarse de Dios, de proclamar su inexistencia o sembrar la desconfianza en su amor y bondad.

La esperanza es descubrir que existe alguien que nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos y por lo tanto esperamos confiadamente su benevolencia en medio de las dificultades. Es el amor que vence las circunstancias adversas porque se sabe amado y vencedor en Aquel que todo lo puede. La esperanza no cifra sus esperanzas en circunstancia temporales y cambiantes, sino en el Dios Inmutable que no cambia que es el mismo ayer hoy y por los siglos.

Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes, afirma el Señor, planes de bienestar y no de calamidad a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29, 11

“Pero los que confían en el Señor renovaran sus fuerzas; volaran como águilas: correrán y no se fatigaran, caminarán y no se cansarán.  Isaías 40, 31

La esperanza se obtiene poniendo la total confianza en Jesús para que en medio de las dificultades sabremos que somos más que vencedores… “porque yo sé en quien he pesto mi confianza, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi deposito hasta aquel día.”