,

La tarea del catequista

La tarea del catequista

A lo largo de la historia de la Iglesia, la tarea del Catequista de acompañar en el camino de la fe a quienes no la conocen e instruirlos en la doctrina de la Iglesia, para que tengan un encuentro personal con Jesucristo, ha sido fundamentalmente la misma. Sin embargo, en la nueva evangelización que demanda hoy el mundo, se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial, con preocupación misionera y, sobre todo, con una honda sensibilidad social.

Para realizar esta tarea, el catequista debe inspirarse en el propio Jesús, especialmente en la fase de instruir a sus discípulos. Jesús educa a sus discípulos de una forma nueva, distinta a los maestros de su época. Cuando Jesús educaba, las personas se acercaban a Dios. Dejaban de ser lo que eran antes y se convertían en nuevas personas. Otra característica de la manera de educar de Jesús es que su mensaje era interpelador. Sabía dirigirse al corazón de las personas, desde donde brotan las decisiones y los compromisos. Por eso, el catequista debe presentar el Evangelio en relación con la vida diaria, con las experiencias humanas más profundas y las preguntas más apremiantes.

En Jesús, la preocupación misionera era constante. Principalmente por la oveja perdida. Así mismo, el catequista debe preocuparse por los que viven al margen de la fe y dirigirles el mensaje evangélico expresamente a ellos. Por último, Jesús tenía una alta sensibilidad hacia los más pobres y los que más sufrían. Por eso, es importante que la preocupación por los más desfavorecidos esté siempre en el corazón del catequista. En todo esto, la palabra del catequista debe estar respaldada por el testimonio de su vida, de lo contrario, su palabra sonará hueca, como “campana que resuena o un platillo estruendoso” (1 Cor 13, 1).