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La última palabra la tiene Dios

Panamá ha sido bendecida por el Señor de la Vida, que nos encomendó al cuidado de su Madre Santa María. Por eso, en esta Pascua que hoy empezamos a celebrar daremos testimonio de reciprocidad a ese Amor.

La manera ideal de hacerlo es permitir que ese Amor de Dios se sienta “próximo”; que esa vida abundante y eterna sea evidente en una patria sacudida y amenazada por el virus. Esa «proximidad» de la Iglesia y de toda la comunidad católica debe hacerse, principalmente a los afectados por el coronavirus y sus familias que de seguro están presas de la incertidumbre.

El resto de la comunidad también requiere de acompañamiento en medio de esta cuarentena absoluta. Entonces, el cristiano, sacramento de un Dios que vive y actúa en su Iglesia, ha de convertirse en hombro, abrazo, oreja que escucha y lengua que orienta y da consuelo al abatido.

De seguro, que esta presencia del Dios que vence a la muerte será discreta, casi invisible, en las religiosas de las casas de clausura, en el educador que acompaña y anima a sus alumnos vía internet, en los catequistas que se reúnen con sus muchachos a través de plataformas digitales para rezar, para cantar; en los padres de familia que celebran la vida en casa y en vecindad.

Ya la muerte no tiene poder sobre este Pueblo que clama a su Dios. Un Dios vencedor, que inspira a la feligresía para que asuma la vida verdadera, y la haga palpable y actual entre quienes le rodean. El distanciamiento social no significa en ningún momento distanciarse de Dios ni del hermano.

¡Resucitó! Es la única verdad que debe acompañarnos hoy, y es la prueba de que es Dios, y no la muerte, quien tiene la última palabra.