Solo tenemos que ver un libro de historia o incluso los periódicos y nos vamos percatar que es un mal (un mundo dividido), que siempre ha acompañado a la humanidad.
Roquel Cádenas
En el Nuevo Testamento se no presenta una figura para representar el estado de cosas que estamos viviendo y es el de la guerra. Para muchos cristianos, la palabra guerra es odiosa porque representa todo lo contrario al mensaje de Jesús de amor y fraternidad. Lo lamentable es que es una realidad en la vida presente con la que tenemos que lidiar, solo tenemos que ver un libro de historia o incluso los periódicos y nos vamos percatar que es un mal que siempre ha acompañado a la humanidad.
Esa realidad de la guerra, Jesús la emplea para hablar de una situación que no es tan evidente para nosotros y es la guerra espiritual. Esta conflagración que está ocurriendo a nuestro alrededor sin que nuestros sentidos la puedan percibir. Cuando Jesús es acusado que expulsaba los demonios, con el poder de Belcebú, la contesta diciendo que hay una lucha y que esa batalla no se podía ganar si un reino se atacaba a sí mismo.
“Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir. Si Satanás expulsa a Satanás, contra sí mismo está dividido: ¿cómo, pues, va a subsistir su reino?”, Mateo 12,25s.
Una vez establecido que hay una guerra y que estamos siendo atacados, hay que establecer con que recurso cuenta el enemigo. Jesús nos enseña que:
“O ¿qué rey, que sale a enfrentarse con otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él o con 20.000?”, Lucas 14, 31.
Porque el Hijo de Dios se ha manifestado en medio de nosotros para deshacer las obras del Diablo. Nosotros tenemos que seguir la misión, pero teniendo bien claro la naturaleza de esta guerra.
Las divisiones son el arma que el diablo tiene más al alcance de la mano para destruir a la Iglesia desde dentro.
“Pues, aunque vivimos en la carne no combatimos según la carne. ¡No!, las armas de nuestro combate no son carnales, antes bien, para la causa de Dios, son capaces de arrasar fortalezas. Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo”, 2Corintios 10, 3ss.
La Palabra de Dios nos revela, en parte la naturaleza, de esta lucha. No la podemos pelear usando las armas llamadas convencionales, ni las tácticas del mundo, porque de esa manera estaremos engrandeciendo el reino del enemigo. Por eso nos dice que no combatimos según la carne y que nuestras armas no son carnales, pero eso no significa que seamos débiles y que no podamos obtener la victoria en Cristo Jesús, porque en el Él somos capaces de arrasar fortalezas. Sabiendo que el que está con nosotros es uno más fuerte que nuestros enemigos y los vence, les quita las armas en las que están confiados.
Las palabras que usa el texto sagrado son muy insinuantes, nos habla de sofismas y altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios, reduciendo a prisión esos pensamientos que pretenden acabar con la fe en la revelación divina y buscan dividir y destruir. En ese aspecto el Papa nos advierte sobre esta batalla que tenemos todos que librar.
“Las divisiones son el arma que el diablo tiene más al alcance de la mano para destruir a la Iglesia desde dentro. Tiene dos armas, pero la principal es la división; la otra es el dinero. El diablo entra por los bolsillos y destruye con la lengua, con las habladurías que dividen, y el hábito de criticar es un hábito de «terrorismo». El que critica es un «terrorista» que lanza la bomba —la crítica— para destruir. Por favor, luchad contra las divisiones, porque es una de las armas que tiene el diablo para destruir la Iglesia local y la Iglesia universal.” Discurso del santo padre Francisco a los participantes en el seminario de actualización para obispos de los territorios de misión, Sala Clementina, viernes 9 de septiembre de 2016.