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Las obras de misericordia espirituales en la familia

Las obras de misericordia espirituales en la familia

Como padres es nuestro deber educar en la suavidad, aprender a ser persuasivos, dejando claras nuestras intenciones, no se trata de manipulación, sino que los amamos y queremos lo mejor para ellos.

Roquel Cárdenas

En ocasiones cuando vemos el Magisterio Pontificio del Papa Francisco corremos el riesgo de desconectar unos aspectos con otros. Durante este año estamos celebrando el año de la familia y es prudente recordar dos de los temas muy recurrente en el Papa y que tienen estrecha relación, me refiero al tema de la familia y el de la misericordia.

Valdría la pena que reflexionáramos acerca de las obras de misericordia espirituales dentro de la familia. Es probable que corramos la tentación de pensar que la Iglesia nos recomienda las obras de misericordia hacia el exterior de nosotros o de nuestra familia, olvidando la gran importancia que puede tener hacia adentro. Empecemos por meditar cada una de ellas y podría ser para nosotros sorprendente lo iluminador que pueden ser para nuestra relación familiar.

Enseñar al que no sabe

Estamos seguros que, la educación académica de sus hijos es muy importante para la mayoría de los padres en nuestro país, pero es probable que algunos hemos caído en la tentación de un pragmatismo descarnado en la que le damos importancia solo a las cosas que tienen un valor, en función de lo que suponemos le será de utilidad a nuestros hijos. Prescindiendo en muchas ocasiones de una formación integral, recordando que los seres humanos somos cuerpo material y alma espiritual en unidad de persona. De esta manera estamos criando hijos desnutridos del punto de vista espiritual. Es imperativo volver a tomar conciencia del deber que tenemos como padres de la formación espiritual de nuestros hijos.

«Lo que hemos oído y que sabemos, lo que nuestros padres nos contaron, no se lo callaremos a sus hijos, a la futura generación lo contaremos:  Las alabanzas de Yahveh y su poder, las maravillas que hizo», Salmo 78, 3s.

La corrección es necesaria, pero no es el único método para guiar a nuestros hijos.

Corregir al que se equivoca

Los padres de hoy tenemos que afrontar el reto de una sociedad que ve el relativismo como lo políticamente correcto, como lo más aceptado, es decir, “nada es verdad ni nada es mentira, todo es de acuerdo con el cristal con que se mire.” El valor supremo no es la verdad objetiva, sino que cada pensamiento es válido y la medida es cómo te sientes con lo que piensas o haces. Frente a ese panorama es imperativo enseñar que hay una verdad a la que todos nos debemos someter y que el no hacerlo tiene consecuencia en esta vida y en la venidera.  

«No desdeñes, hijo mío, la instrucción de Yahveh, no te dé fastidio su reprensión, porque Yahveh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido», Proverbios 3, 11s.

Dar buen consejo al que lo necesita

Aunque estamos de acuerdo que la corrección es necesaria, no es el único método para guiar a nuestros hijos. Hay padres que cometen el error de pensar que entre más regañones son, mejor guían a sus hijos. La Palabra de Dios nos advierte al respecto:

«Padres, no exasperéis a sus hijos, no sea que se vuelvan apocados», Colosenses 3, 21.

Como padres es nuestro deber también educar en la suavidad, aprender a ser persuasivos buscando influenciar en la conducta de nuestros hijos, dejando claras nuestras intenciones, no se trata de manipulación o chantaje, sino de ganar su confianza de que los amamos y siempre queremos lo mejor. Enseñarles que podemos no estar de acuerdo en algo, pero eso no significa que no los amamos. En ocasiones tener la humildad de reconocer los errores que hemos cometido en el pasado y la idea no es que no los cometamos, sino que como familia queremos minimizarlos para evitarnos sufrimiento y dificultades evitables. Porque bastante afán tiene la vida misma, para nosotros le agreguemos más con nuestras imprudencias. Por eso la Palabra de Dios no exhorta: «Escucha el consejo, acoge la corrección, para llegar, por fin, a ser sabio», Proverbio 19,20.